martes, 25 de octubre de 2011

Camino de Lijiang









































Voy a abandonar la provincia de Sichuan. Me dirijo ahora al extremo noroeste de la provincia de Yunnan, area de encuentro de culturas con predominancia de los pueblos tibetanos o de orígen tibetano como los Naxi.
En Emei cojo el tren hacia Panzhihua que sale puntualmente a las 8:30 de la noche y llega a las 6:15 de la mañana. Noche cerrada. Un autobus me lleva a la estación de autobuses en 45 minutos, donde hubiera podido enlazar de inmediato, pero serán otras ocho horas de viaje y decido coger el siguiente de las 7:50. Asi que me aseo, tomo alguna cosa y no me dejo deprimir por las condiciones sanitarias y estéticas de la estación. Me subo al bus e inicio un recorrido por laderas, valles y curvas sin fin, carretera en reparación, 3 cortas paradas para pasar por la tortura de las letrinas de carretera y llegamos a Lijiang a las 4 de la tarde. Descubro allí que los taxis no quieren llevarme. Al final uno accede, llama al hostal y le dan indicaciones de como acercarse. El caso es que los vehículos no pueden acceder a la ciudad vieja, donde están la mayoría de alojamientos.
El Carnation es un lugar sencillo y precioso. Se trata de una vivienda tradicional, completamente construida en madera, alrededor de un patio-jardin central, con una galería corrida en su piso superior. Me alojo en la primera planta, abierta también al patio en una habitación espaciosa cuyo baño ha sido totalmente modernizado, sin nada que envidiar a uno occidental de diseño. La casa la regenta y allí vive una familia de 5 miembros: abuelos y padres jóvenes de un niño de unos 4 años. La ducha me sabe a gloria, me relajo un poco y salgo a pasear por la ciudad vieja. Me puede el hambre y despacho un caldero de pescado y una cerveza con mucho gusto. Son las 6 y queda poco tiempo de sol. Ando hasta el centro de la ciudad, en medio de una avalancha de turistas, sin posibilidad de sacar apenas la cámara. Sólo puedo apreciar que los comercios y su iluminación ocultan las fachadas y el gentío la perspectiva de las calles y callejones. Mañana me levantaré temprano y trataré de verla con las primeras luces, en solitario.

Y así lo hago. 7:30. Cae una fina lluvia. Me cruzo con algunos niños que se dirigen a la escuela. Una delicia, ambiente fresquito, finos hilos de humo elevándose de algunas casas, silencio. Las tiendas cerradas; las hermosas puertas dobles de madera muy oscura uniformizan aun mas el estilo de las casas, la armonía de la madera y los tejados, los reflejos en el enlosado mojado, una bella imágen que te retrotrae a la época de esplendor de la ciudad, que terminó a mediados del siglo XX. Lijiang está surcada por canales, de límpidas aguas donde colean las largas algas de color esmeralda. Numerosos puentes de piedra en arco ofrecen una bella vista de la confluencia de las calles y los canales. Todos los rincones están sembrados de bellas macetas de vieja madera o de piedra. Algunas de las antiguas canoas vaciadas en un tronco, se han rescatado y sembrado con mas flores. Nada distrae de la contemplación de la armonía de cada elemento. Creo que es una buena hora para subir hasta la cima de la colina de Lijiang y ver los tejados de la ciudad y el valle en el que se asienta. A este lugar privilegiado le han llamado Wang Gu Lou, o colina del León. Una pagoda lo preside en mitad de un bosque. Las vistas son espléndidas y subo a lo alto de la pagoda. Las plantas superiores de la misma son espacios abiertos, con ventanales en tres de sus caras. Atalaya perfecta. Solo encuentro una mujer con su cámara y trípode. Nos sonreimos. Retorno por el empedrado en fuerte pendiente y encuentro un puesto abierto que vende yogurts en tarros de vidrio. Es delicioso. Esta vez me dirijo hacia uno de los límites, donde se conserva en activo una de las numerosas norias de madera. Allí termina la ciudad vieja y empieza la nueva. Transición brusca, al presente anodino. Junto a la noria, en una explanada entre jardines, se erige el monumento y placa conmemorativa de la declaración de la vieja Lijiang Patrimonio de la Humanidad. Retrocedo por una de las avenidas junto a un canal para buscar la antigua Mansion Mu, sede ancestral de una de las familias mas ricas, fundadora de la ciudad. Este clan gobernó la ciudad durante cientos de años, beneficiando y beneficiándose de su prosperidad basada en el tránsito del comercio entre Yunnan, el Tibet, el centro de China y la India. El clan cayó durante la dinastía Ming y la guerra y el saqueo acabó por destruir completamente la residencia. Una gran reconstrucción, que aun continua en el exterior y en los muros circundantes permite hoy verla como era en los tiempos de mayor esplendor. Construida en estilo Naxi, el grupo dominante en toda la historia de la ciudad, reproduce a escala la ciudad prohibida. Contiene un jardín botánico y un templo desde el cual es posible divisar la Montaña del Dragón de Jade.
Me dirijo ahora al estanque del Caballo Blanco Dragón (sic), en el otro extremo de la ciudad. Sigo andando a lo largo de un canal y al final lo encuentro. Consiste en un conjunto de tres depósitos de agua, de piedra, a nivel del suelo, comunicados entre si. El agua que los alimenta surge de un caño. Según afirma un letrero, el caudal se mantiene constante todo el año. Proviene de un manantial en la montaña. Este tipo de estanques son en realidad lavaderos. Cada una de las pozas está destinada a un uso: el primero en recibir el agua es para lavar la verdura, y el tercero para lavar la ropa. Aprovechamiento inteligente y economizador del agua. Sobre el estanque se halla un pequeño monasterio con un estanque circular rodeado de balaustrada de mármol, donde nadan las carpas. Un par de monjes están cortando madera, y paso al interior del pequeño templo libremente. Todo está cuidadosa y pulcramente dispuesto. Nadie me ha pedido nada. Me voy como he llegado.
No puedo dejar de recomendar un libro que encontré mas tarde en el aeropuerto de Kunming: Forgotten Kingdom, de Peter Goullart, Yunnan Publishing Group Corporation. Habría deseado conocerlo antes de visitar la ciudad. El autor llegó a Lijiang (Likiang la llama él)en los años 30 y residió alli 9 años encargado por el gobierno de Kunming de implantar un sistema de cooperativas. Hizo mucho mas que eso y su narrativa está plagada no solo de un montón de información de todo tipo sino de un amor extremo por sus gentes. La revolución de Mao acabó con la prosperidad de la ciudad y con su estancia. Pero su libro nos abre una inmensa ventana de vívida memoria a cuanto fue y representó, una visión de las minorías que convivían en el area. Los Naxi siguen siendo la principal y su espíritu comerciante sigue siendo bien patente.
Hoy regentan algunas tiendas dedicadas a la artesanía del papel y la caligrafía y pintura. Los Naxi poseían y poseen aun un sistema de escritura propio, pictogràfico, de rasgos sencillos y atractivos. Decoran con ellos muchos objetos, incluyendo camisetas. Los libros y libretas de papel fabricadas artesanalmente son extremadamente estéticas, y lógicamente no son baratas. Las pequeñas tiendas están dispuestas también de forma muy atrayente.
De vuelta al centro de la ciudad, a la plaza del mercado, descubro en un callejón lateral la presencia del mercado local. Hay un espacio permanentemente reservado para los puestos , pero también vendedoras junto a los muros del callejón. Ofrecen una preciosa fruta: uvas enormes de color sangre de buey. En un puesto que vende objetos de hierro de uso cotidiano, encuentro una pequeña reproducción de un recipiente antiguo para el vino. En el museo de Shanghai tendré ocasión de ver los antiguos originales. Lo compro . Me hubiera llevado mas cosas: campanas y alguna figurita, pero no puedo permitirme cargar mas la mochila.
Retrocedo y me encuentro de repente con los turistas. Es la hora de comer y los puestos de comida emiten olores e imágenes de variado atractivo. En una tiendecita veo una camiseta con escritura Naxi y decido reponer las dos que he tenido que tirar. Una hermosa jóven, alta y de mirada plácida contempla mis esfuerzos para hacerme entender con las tallas. Interviene hablándome en inglés. Es Kesang, originaria de Tibet, residente en Shangri-La, donde regenta con su marido, un norteamericano, The Black Pottery Coffee Shop. Allá nos reencontraremos, le aseguro.

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