lunes, 28 de junio de 2010

AFRICA, Libia





















En el desierto de Libia


Diciembre

Estamos en un Kasr (fortaleza) de adobe. En realidad no es tal fortaleza sino un recinto fortificado donde se almacenaban productos agrícolas en pequeñas cámaras dispuestas en tres plantas. Sus entradas son pequeñas puertas que recuerdan un inmenso palomar. La construcción inicial data de hace 1600 años. Actualmente la población se llama Nalut y tiene 55.000 habitantes. Sobre una de las montañas se hace evidente una palabra estilo hollywood en letras árabes: Alfatihu “el primero, el que abre”.

Esta noche pernoctamos en Gadhames , a 600 kilómetros de la costa. Contra pronóstico, lo hacemos en una casa: comida caliente, camas, incluso estufa eléctrica y ducha de agua caliente.



Gadhames.


Abdul tiene 75 años y 17 hijos. Nos muestra la ciudad antigua, nos habla de sus siete hijas y 10 hijos , de las 7 fuentes que dieron lugar a los 7 barrios de la ciudad. Baila y ríe con nosotros. Su piel está mas curtida que su corazón.
La parte destruida es responsabilidad de los franceses durante la segunda guerra mundial. Pretendían matar italianos y causaron 40 muertos entre la población civil.
Queda una única casa decorada a base de pintura roja de finas líneas cruzadas, lo cual da a las estancias un aspecto de cocina. Sobre el trazado cuelgan de los muros espejos y recipientes de cobre de suelo a techo. En la estancia central unos bancos de obra están recubiertos de tapices de vivos colores. En un rincón de la estancia se abre un pequeño cuartito cerrado a conveniencia por una cortina, donde la tradición mandaba que durmieran su primera noche los recién casados. A la sala de accede por una puerta y de ella se alcanza el piso superior por dos tramos de escaleras de obra que dan paso a dos estancias mas pequeñas, dormitorios hoy vacíos. La tercera y última planta da paso a la terraza y en un rincón cubierto se halla la cocina. En ésta el fuego se hacía sobre el suelo, bajo un banco con orificios circulares donde se colocaban las ollas. En la pared, un par de huecos hacían las veces de salero y pimentero.

Desierto

Esta noche he visto asomarse un globo ambarino en el horizonte del desierto. Anunciaba las estrellas que poco a poco han ido enjoyando un cielo aún gris tras la reciente puesta. Hoy he visto que no todas las estrellas son diamantes blancos. Los hay amarillos, azules y tan numerosos que el cielo es únicamente apariencia, un mero tul que las mantiene en suspensión. Debo darme prisa a contarlas todas antes de que el disco envidioso las apague….o esperar a que, cansado se retire.
Los tuareg se han desnudado los pies y los han calentado junto a una hoguera raquítica. Han preparado su té, han conversado entre risas. Su lengua era música para quién asistía a su charla. Luego alguno ha purificado sus pies que las llamas los lamieran y ha rezado breves minutos de cara a la Meca. Ellos duermen al raso sobre esterillas de fibra, cubiertos con mantas que durante el día cubren los asientos de los vehículos. “Mama”, exclama Salah, jocoso ante Nati y su hijo Adonai, un joven de 29 años y 1.85 que se acarician y besan frecuentemente.

La escuálida hoguera apenas entibia las manos dejando la espalda helada mientras esperamos la cena. Esta llega en forma de una exquisita sopa de verduras y legumbres, humeante y especiada. Tras ella, un cous-cous con verduras que devoramos. El frío y la humedad se intensifican. Las tiendas ya están cubiertas por el relente. Me enfundo vestida en el saco y procuro olvidar que tengo frío.

Esta mañana el sol se ha ocultado tras un horizonte brumoso. La escarcha decoraba el exterior de las tiendas y los arbustos. Té caliente, mantequilla, mermelada y miel nos han hecho recobrar el calor. Mientras escribo esto, un cuervo lustroso ha pasado volando sobre mí. Creo que graznaba un saludo. Se ha posado sobre una roca a 50 metros y ha peinado su brillante plumaje. ¡Qué hermoso! Son las nueve y el sol nos revitaliza de nuevo. La vida vuelve a ser más amable tras la helada nocturna. Uno y otra, dos caras para valorar lo que disfrutamos, el regalo cotidiano que no siempre merecemos.

Bonito paseo nocturno entre las dunas. Luna llena traduciendo el paisaje a dos dimensiones. Frío intenso: lo combato desnudándome esta vez por completo antes de entrar en el saco. La reacción es inmediata.

Toni avisa : “Va a salir el sol”. Salto de conejo fuera de la tienda y carrera duna arriba con la cámara. Desde la cresta de la duna las formaciones canela sombreadas por el sol naciente, sobre el fuego de la arena. Bellos colores: arena roja, cielo aguamarina.

Tras levantar el campamento, iniciamos la ruta entre dunas. Hay que bajar la presión de los neumáticos: 0,8 delante, 1,2 detrás.

Sucesión infinita de dunas que hay que remontar en perpendicular a su cresta. A veces precisamos de mas de un intento para conseguirlo. Meandros imposible trazan las huellas de los neumáticos. Tras algunas el tobogán se precipita y nosotros con él. “Er Arg” , maravilloso.

Azul exclusivo, arenas de cera, de seda, de canela.

Escribo desde la cumbre de una de las dunas. A mis pies un llano espolvoreado de gris-azulado y al fondo ondulaciones de rosa pastel dorado. La cúpula azul pálido, intenso en el cenit.

Esto es una delicia para los ojos, para el olfato, para la piel que recibe el frío viento, para el alma que se sosiega al sol. Salah, uno de los tuareg viene a sentarse a mi lado, a tumbarse mas bien mientras fuma un cigarrillo.

Reemprendemos la ruta que nos alejará de las dunas, por ahora. Parada para comer una vez mas ensalada, con atún, huevo duro y sardinas. La cena es siempre caliente: sopa y pasta o sopa y cous-cous. Plátano o dátiles de postre. Nuestra cabecera de mesa será quizá la última duna de esta zona.

Tres días sin lavarme las manos y están mas finas que nunca. Masaje de arena, maravilloso polvo de oro.

He tomado unos apuntes a lápiz de Yussuf, Belid i Salah preparando la comida al pie de la duna. Salah ha querido colaborar dibujándome un camello y poniendo su nombre y firma.

Hemos dejado el Erg y volvemos a estar en la hamada, extensión infinita de piedra troceada. Camino difícil y tortuoso. Conviene seguir las huellas de los vehículos que han precedido para no hacer saltar los guijarros que siembran la llanura. Buscamos leña para el fuego. Finalmente la hallamos en un wadi. Se trata de una acacia arrancada de raíz, ya seca, que cruje bajo el hacha. Hará un buen hogar. Nuestro rincón es acogedor, hoy no hace tanto frío y no hay viento.

Hoy llegaremos a Ghat. El paisaje sigue siendo hamada hasta que empezamos a ver dunas destacándose sobre una alfombra gris. Los minerales se extienden sobre decenas de kilómetros: óxido, morado, negro, gris. Formas aristadas, redondas, lascas.
Llegamos a terreno mas poblado de dunas y arbustos cuyas raíces han sido progresivamente invadidas por la arena, hasta el punto que sus ramas parecen ahora surgir de torres arenosas. De algunas solo quedan raíces secas y rotas.

Sol, viento y yo formando parte de una duna. Qué hermosa es la música del viento en las ramas y el siseo de la arena volando desde las cresta de la duna. Es su velo de novia.

Qué increíblemente fácil es prescindir de todo: agua corriente, luz eléctrica, mesas y sillas, jabón, cama, e incluso libros. No debería sorprendernos tanto que muchos puedan vivir sin todo eso en este entorno. Las necesidades no las produce nuestro cuerpo, ni nuestro espíritu. Lo hace nuestra cultura. Nuestro perfume es el humo de la leña de la hoguera, nuestro jabón la arena, nuestro peine el viento.

En ocasiones incluso las voces de compañeros y tuaregs me molestan. Soy celosa del viento, quisiera oír su canto yo sola: Gibbli, no ceses de sol a sol. Tráeme tu aroma, inúndame de arena, sólo a mí. Dejaré que me traspases, que me lleves en tus alas, puedes mantearme o reunirme con los cuervos. Bailaré con ellos y regresaré después al lecho arenoso. El adoptará mi forma, me arroparé con él. La arena y la roca crean esculturas y relieves, pero tu tienes la última palabra. Apagas las formas antes de acostarte. Gran arquitecto del desierto. Sin tu permiso no vuelan las langostas rojas ni se asoma el lagarto. Ni las dunas regalarían la belleza de sus formas, los cambios continuos de sus curvas y aristas.

Cuánto me gustaría encontrarte en una de ellas Fenec. Antoine volvería a estar entre nosotros como prometió y yo le ayudaría a reparar su avión a cambio de llevarme junto al pozo de polea cantarina donde el agua es mas dulce porque sólo se nos ofrece al final del viaje. Y yo adoraría la canela “à cause de la couleur du sable”.


Ghat

¿Podría haber recibido regalo mejor en Libia? Es un frasquito de esencia.
¿Oyes? Es la música y la canción de un tuareg llamando a su pueblo muy queda y dulcemente a amar, conservar y transmitir sus tradiciones. El rasgueo apenas audible de su guitarra acompaña una voz que emerge de un turbante amatista. Voz dulce, rota a veces de un joven maduro resuelto a dedicar su esfuerzo a redescubrir, recopilar y difundir las tradiciones de un pueblo que no deben perderse.

La canción dulce de Moctar habla del rito de iniciación. El joven dialoga con el padre y le pregunta por qué no le da agua para el desierto. “Solo es una jornada y no la necesitas”, le responde el padre. “Deberás encontrar el camello perdido y al traerlo de vuelta habrás mostrado tu habilidad y tu valor.”
El viejo es sabiduría por definición. Solo él puede ser consejero y juez.

Moctar no ha visto nunca la boca de su padre. Cubierta como la llevan los tuareg para no ofender, incluso al comer en familia levantan ligeramente su embozo para llevarse la comida a la boca.

El viste hoy un atuendo hermosamente elegante. Color berenjena irisado. Su turbante dispuesto en ancha corona deja al descubierto una coronilla crespa. Sus ojos se humedecen y brillan aun mas al hablar de su pasión. Sus pestañas son aureola de carbón sedoso, espesas y rizadas. Cuando descubre su boca, asoman sus labios carnosos y un leve bigote. Su belleza procede de su espiritualidad apasionada e inunda sus ojos y sonrisa.

Me he alejado prudentemente de él y le veo acercarse al poco. Me emociona al decirme que agradece mucho mi interés por su pueblo y su tarea. Que me mandará lo que escriba. Incluso se ofrece, si vuelvo, a llevarme a determinados sitios históricos del desierto y a conocer a sus viejos sabios. Siento que mi cara se ilumina y se me humedecen los ojos.
Su tierra, el desierto es su felicidad. Eso respondió a su padre cuando le preguntó qué amaba mas del desierto. El aprendió de sus padres el tamacheg y el tufunak, la lengua y la escritura de los tuareg, un pueblo que no entiende de líneas fronterizas y se extiende por todo el Sahara del Atlántico al Nilo, del Mediterráneo a Níger. En Libia no pueden aprenderlo en la escuela. Solo en la zona norte de Níger.

En estas fechas se han concentrado en Ghat tuaregs de todo el Sahara para celebrar su fiesta anual. Cantos, bailes, y música instrumental llenan un escenario al aire libre. Centenares de espectadores locales y un puñado de turistas los contemplan. Como lo exige la tradición musulmana, hombres a un lado y mujeres a otro. Solo los turistas pueden traspasar la prohibición.

Empezamos el año a camello. Por un wadi, al paso. Los camelleros nos ceden las riendas y mi cuerpo se acompasa a la marcha del animal. El ritmo conseguido, puedo sujetarla por una breve rienda y me mezo sin sujetarme a la silla.

Son animales muy dóciles, blancos en su mayoría. Mi silla mal sujeta se vence hacia delante y deben sujetarla de nuevo. Única incidencia de un paseo al ritmo que el desierto ha impuesto durante siglos. Estamos en la ruta de los que nos precedieron desde el centro de Africa, buscando el mar y los oasis que a él le conducían. Descarto de mi mente los 4x4 que nos adelantan a 100 metros de distancia, en la neblina de sol y arena. No cambiaría mi ritmo por el suyo.
Receso al fondo de un valle arenoso para comer. Los animales son liberados de sus monturas y bridas para pastar unas matas secas y espinosas. Nosotros nos sentamos a comer la ensalada y a gozar de un hermoso sol y un ligero viento. A los postres el graznido de los cuervos resuena en las altas paredes rocosas. Por el camino de las dunas hemos observado huellas de tres mamíferos distintos y algún pájaro. Un blanquinegro de unos 20 cm. ha venido a picotear las cáscaras de las frutas. Un coro de cuatro cuervos desciendo planeando y sus sombras multiplican su número. ¿Qué comerá toda esta fauna?


Hoy he llenado mis sentidos. Los colores cambiantes con la luz, la textura del pelo de los camellos, sus formas y movimientos, la manufactura de las sillas y tejidos, los diferentes tonos de piel de los tuareg, el viento helado en la cara, la pisada firme y acolchada del camello y el ritmo cadencioso de su marcha, el sonido de su protesta cuando un tuareg sobre su lomo le agarra de las narices para descender sin agacharle.

Ahora tras la puesta, la intensidad de los colores: la arena sangre cobriza, los matorrales de jade dorado, las rocas ahumadas a lo lejos y tostadas en primer plano.

La hospitalidad junto a una hoguera para compartir un té. Se saludan al encontrarse en la pista como si hiciera años que no se han visto. Su charla es animada, plagada de risas, blancas dentaduras hiriendo la piel oscura. El resplandor de la hoguera convierte su piel en cobre refulgente, da intensidad a sus ojos negrísimos.

Los camellos han pastado y se han ido acostando en los huecos entre las dunas menudas. Su pastor, cubierto por una capa de lana de camello con capucha, los persigue sin tregua; les lanza alguna rama si es preciso, el camello da un respingo y se aleja con un salto contorsionado. Quiere acotar el espacio a ellos reservado. Luego les compensa con ternura. Se acerca a ellos con alguna golosina. Con cuatro sillas de montar él se ha preparado un catre contra una mata. Su capa será su manta, su capucha y la arena su almohada.

Hoy un tuareg a camello cantaba. Me ha explicado en su lengua qué decía su canción. Sólo he podido escucharle y sonreir disculpándome por mi incomprensión. Pero su canción sí me ha llegado. Luego ha insistido en repetírmela hasta que yo la he aprendido. El sabía de mi anhelo. Pueden leer los rostros.



Ramón

Subió una mona a un nogal
Y cogiendo una nuez verde
En la cáscara la muerde
Lo que le supo muy mal.
Arrojóla el animal
Y se quedó sin comer.
Así suele suceder
A quién su empresa abandona
Porque halla, como la mona,
Al principio qué vencer.


Ramón puede andar horas y horas por el desierto por la senda de los camellos, puede encaramarse a una duna empinada en menos que canta un gallo, puede ser bromista, irónico, educado, descarado y tierno con su esposa e hijastro. Su sentido del humor es tan agudo como su despiste. No se arredra ante los esfuerzos y no desea jubilarse a sus 65 años. ¿Cómo va a hacerlo? Solo lleva 25 años trabajando y asegura que es tan lento, que no puede cansarse. El viento ha peinado en punta su pelo blanco y así lo ha conservado todo el viaje. Las múltiples capas de ropa forman y deforman su aspecto, pero su cabeza siempre alerta impulsa sus movimientos ágiles e inquietos. ¡Qué buen compañero has sido! La ascensión penosa de la duna, las fotos que nos hicimos en su cresta, y el descenso al galope entre risas fue tu regalo improvisado, que yo acepté sin pensar.

Hemos compartido nueve días de desierto, parcos alimentos, frío intenso, risas y bromas, conversaciones de viajes y conocimientos diversos. Hemos jugado como niños, gente que no nos conocíamos, a quienes unía el deseo de vivir, de gozar a cada instante. Los tuareg han sido nuestros compañeros en esa aventura, no solo nuestros guías y conductores. Nos entendíamos en el lenguaje sin palabras del respeto y el afecto, de las bromas universales, de los empujones inocentes y de la risa boba.


Salah, Belid, Ahmoud y Yussuf

Ellos no necesitan brújula, ni palas, ni planchas para desatascar las ruedas de la arena. Sólo ellos conocen cada rincón del desierto, como hallar la senda para remontar y descender cada valle entre rocas, como seguir las roderas y no perder el control en la arena, como evitar enfrentarse a una duna que no puede remontarse, como descender a pulso de freno y gravedad la pendiente fortísima de alguna. Su dominio del volante es asombroso. Siempre han vivido en el desierto, aunque ahora estén asentados en pequeñas poblaciones. Han incorporado con mesura lo que la vida moderna puede ofrecerles: relojes, gafas de sol, anoraks de colores variopintos sobre sus túnicas. No han abandonado sus turbantes, aliados imprescindibles en el gibbli y el frío nocturno.

Belid hace numeros. Calcula el coste de cada partida de la casa que está construyendo para su mujer y sus dos hijos. Belid tantea a su interlocutor clavándole sus ojos negros y su perfecta sonrisa. Ahmoud pretende casarse en un par de años, cuando su casa esté construida. Nos ha mostrado la foto de su novia. Eso no le impide correr tras las “gazelles” italianas a la menor oportunidad. Es menudo y nervioso. Salah está muy orgulloso de haber podido adquirir dos coches y trabajar de taxista. Me llama por mi nombre. No sabe decirme nada mas que yo pueda comprender. Yussuf, el cocinero, es mas reservado y tranquilo.

Todos tienen un mismo deseo: no abandonar su espacio, el que sus antepasados han conocido desde siempre, aunque desean mejorar sus condiciones de vida. Aprecian la amistad y la dan sin regateos. Sus corazones son puros como el cielo que los protege, sus intenciones transparentes, su honestidad a toda prueba. Son niños grandes.

En los Akakus


Una vez mas a lomos de las camellas, recorremos los valles de los montes Akakus. Esta vez iremos encontrando paredes rocosas ligeramente protegidas de la lluvia donde las pinturas proliferan. Animales y personas disputan espacios reducidos. Algunos dibujos son muy bellos. Se percibe claramente la anatomía y el movimiento del animal: jirafas, elefantes, muflones, chacales, bueyes y vacas. Incluso una ceremonia de boda en que un grupo de personas visten al novio y otro a la novia. Los grabados de la escritura Tufinak pueblan algunas rocas. Excesivamente expuestas a la rapacidad o dejadez de los turistas, estas obras de arte son también hijas del desierto. Se nos ofrecen, nos permiten acercarnos . Nuestras cámaras devoran rapazmente su imagen en un vano intento de poseerlas.

Las formaciones rocosas abren su arquitectura a nuestros ojos: arcos monumentales, atrios de columnas, túneles mancillados por cisternas de gasolina abandonadas, animales pétreos recortados contra un cielo purísimo. A los pies de tal magnificencia, la arena forma un tapiz denso y hollado temporalmente por el paso del hombre. El desierto sabe como recomponer su imagen, como recordar al hombre su pequeñez, y la fugacidad de su paso. Diseminados por el terreno hay multitud de minerales de colores y formas variopintos. Algunos insisten en su victoria: fósiles de fragmentos de madera, coprolitos, puntas de flecha. El ser humano recupera de golpe su humildad, su lugar preciso en el devenir del mundo.


Ha llegado el momento de despedirse de nuestras monturas. No debería llamarlas así; han sido nuestras compañeras. Cada una tiene un nombre . Agradecen los restos de fruta y nos ven partir con la misma mansedumbre con que nos recibieron. Ellas saben mas. El junco se dobla y así resiste los embates.

Abandonamos progresivamente los montes Akakus; vemos alejarse sus formas cambiantes mientras traqueteamos por un mar de mineral. A nuestra derecha aparece una hilera de dunas de un rosa intenso que va virando al violeta con el sol poniente.

Hoy nos instalamos en las chozas de un camping para poder tomar una ducha y cenar bajo el techo vegetal de la choza.


Me adentro en el recinto del comedor . Una pantalla de televisión muestra un canal italiano. Un texto va informando de un tsunami. Sorpresa e incredulidad ante la poca información. Solo 3 días mas tarde conoceremos la magnitud de la tragedia.

Hacia los lagos

Salimos hacia la zona de los lagos. Dejamos las últimas estribaciones de los Akakus atrás.

Acampamos en una hondonada al pie de grandes dunas. A lo lejos han varios vehículos y algunas tiendas. El desierto se ha poblado. Podría pensarse que las palmeras de alto y delgado tronco las han puesto para nosotros, tras la aridez de la vegetación hasta ahora.
El agua de los lagos es salada y está invadida de vida vegetal y animal. Descartamos la idea de bañarnos. La luz rápidamente cambiante de la tarde me impulsa a recorrer su orilla frondosa, a buscar la mejor imagen, la mejor luz para arrebatar al desierto su momento. Los dátiles son secos pero dulces, las plantas acuáticas lucen un bello algodón de plata. El fondo de tal escenario es una duna inmensa de 100 m. de altura. Habrá que encaramarse a ella, no por coronarla, vano intento, sino por situar el lugar en el océano arenoso. Ascensión penosa, al límite del bombeo del corazón que pugna por ampliar su espacio. Tras la primera cima, una mas, luego otra y otra mas. No preciso coronarla, prefiero no hacerlo. Ramón y Adonai ya están en la cima y me invitan. Les saludo y miro en derredor. ¡Qué inmensidad! Al pie de la pronunciada ladera el lago de agua esmeralda con su orla de floración vegetal. Abrazando el lugar, acunándolo amorosamente ondulaciones que se pierden de vista y van variando de color en la distancia. Son fotos imposibles. La cámara mas perfecta, no puede captar lo que capta el ojo y el corazón. Una invitación mas del desierto a abrir el espíritu a los inmensos gozos que la naturaleza y nuestra vida en ella puede ofrecernos. No deseo descender aun, pero tampoco hacer esperar a los demás que han quedado al pie. Emprendo loca carrera, zigzagueo por las pendientes mas pronunciadas y al pie vació mis botas inundadas de arena. La ensalada espera.


Hoy vemos un lago desecado. La desecación de estos lagos ha venido produciéndose de forma progresiva . El desierto avanza inexorable y restos de construcciones nos lo recuerdan son su imagen de derrota y abandono.
La presencia de motos de trial en caravana veloz testimonian una invasión paralela a las arenas.

Unos mas que probables policías libios de paisano bajan de un 4x4 que a punto está de atropellarme en la cresta de una duna. Me abordan casualmente para inquirir cual es mi vehículo, ¿acaso aquel con la tienda encima?, ¿sé de donde son los que acaban de plantar aquellas tiendas?, ¿me gusta Libia? ¿Qué sabia del pais antes de llegar? , “a veces la política ensucia la imagen exterior de un pais”, pretendiendo sugerir mi respuesta. Decido que me toca preguntar a mi y sin modificar mi sonrisa para las ocasiones, les espeto : ¿ a qué te dedicas?, duda unos momentos y responde: “soy funcionario de…. Justicia”.”¿Y tu compañero aquí presente?”, “Es periodista”, “¿Y el otro que está por ahí?” , “Ese es fotógrafo”. “Qué bien podrá enseñarme a sacar mejores fotos, que a eso he venido”. En fin, todo un compendio de frases del tipo yosequetusabesqueyoseperomelocallo. Se despiden precipitadamente y les deseo unas buenas tardes. No me vuelvo pero se que se han dirigido a las tiendas a proseguir con su amable bienvenida .

Vuelvo al campamento y les explico a mis compañeros la nueva fauna que pulula por la zona. Les sorprende y divierte el encuentro.
La jornada ha sido una serie de pausas y desplazamientos destinadas a pasar el día para abordar el avión que por la noche nos llevará de Sheba a Trípoli.

A pesar de nuestros temores, el avión sale puntual a las 10. Un avión desproporcionado para tan reducido aeropuerto acoge a una multitud de pasajeros que muestran su peor educación europea a la hora de aproximarse a la puerta de embarque. Es un aparato más propio de vuelos transoceánicos que de un vuelo interior de escasamente una hora.

Pasada la medianoche ya estamos en la cama del hotel. Una buena duchay un buen colchón. Mañana nos espera Leptis Magna.


Leptis Magna

Hemos salido bien temprano bajo un cielo que por primera vez es gris. Los 120 Km que nos separan de Leptis transcurren por asfalto.

Hermosísima ciudad debió ser, cuando su magnificencia sigue respirando en sus calzadas, arcos, foro, mercado, termas, palestra, anfiteatro y circo. Cuántos artistas, artesanos, obreros dieron lo mejor de si mismos! La vida de la ciudad de apenas 150 años fue corta pero su espíritu permanece vivo. Al hombre actual le está vedado ya concebir un entorno urbano semejante.

La estancia en Libia llega a su fin. Iba a escribir el viaje, automatismos del lenguaje.
El viaje continúa, mañana por otros espacios. El viaje interior no cesa. En cada etapa, éste se enriquece, se observa a si mismo y se modifica a impulsos del ávido afán de nuevas experiencias.

Sobre Libia leí previamente al viaje. No quise llevarme la guía. Abrí los ojos, los oídos, la mente y el corazón. Quise aproximarme con ojos limpios, sin esperar nada. Procuré y confieso que conseguí en múltiples ocasiones, vivir cada instante sin pensar en el siguiente o el anterior. No viajo sola. Conmigo van las personas que mas quiero, en diálogo mudo , con alegría interior.



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