lunes, 6 de septiembre de 2010

Pekin



De hecho la Ruta de la Seda no empezaba en Pekin, sino en Xi'an. Sin embargo mi ruta empezó allí, donde Marco Polo , su padre y tío encontraron al emperador.
Pekin te absorbe, te succiona en su calor sofocante del verano y sus ingentes masas de habitantes y extensión. Afortunadamente mi periplo tenía un centro próximo a la plaza de Tiannamen. Sin embargo, mi primer contacto fue el Templo del Cielo. Los subditos de los emperadores rendian pleitesia a su Emperador y éste debía rendirse ante el Cielo. Una vez al año, se dirigía al Templo para hacerlo. Hoy día, los habitantes de China asaltan en oleadas alegres los patios y jardines de este lugar. Abierto al público local y extranjero, acoge en sus jardines jugadores de cartas, aficionados al baile, al tai-chi, vendedores de artesanias y paseantes. Sosteniendo paraguas de colores a modo de sombrillas, sorben helados mientras se agolpan para observar el interior del pabellón central donde el emperador solía recluirse para rendir su periódico tributo a su mentor.
Se desplazan a cientos por los abrasados patios de mármol, serpentean por las escaleras flanqueadas por leones, se refugian en las minimas sombras para compartir una sandía. Cada oleada es substituida por una posterior. Cuesta identificar a los visitantes extranjeros, tan escasos son comparativamente. La atención que recibe aqui el extranjero es inexistente, parecería que fueramos transparentes. Es un cierto consuelo. No merecemos la menor deferencia, siquiera por el esfuerzo de desplazarnos hasta aqui, a la hora de observar el interior del templo. Este es relativamente reducido, circular. Altas columnas de madera lacadas y decoradas sostienen un entramado y artesonado tambien de madera y profusamente decorado. Me cuesta imaginar como se puede uno concentrar en plegaria ante espacio tan reducido y de colores tan chillones, pero claro yo no soy china ni viví y heredé su mentalidad ancestral. Sin embargo, estas multitudes tampoco parecen muy dotadas para el recogimiento. Apenas han vislumbrado el interior, se apartan para precipitarse a otros espacios del recinto.
Dice el dicho "donde fueres haz lo que vieres" y sin mas preambulos me nos dirigimos de nuevo a los alrededores de Tiananmen para adentrarnos en lo que queda de la zona de los antiguos "hutong", barrios populares que estan siendo reconstruidos a ritmo vertiginoso para ofrecer al consumismo todo tipo de paraisos temporales: restaurantes, tiendas impecables, calzadas impolutas, esculturas de dragones y otros del bestiario. La oferta es enorme y variada. Habrá que desplazarse hasta el barrio de las Torres de la Campana y el Tambor para ver un barrio de Hutong que sigue conservando el estilo tradicional. Allí la gente se sienta en las estrechas aceras para jugar al majong, rasurarse la barba i el cráneo a manos de un barbero ambulante, desplazarse y desplazar sus enseres en bicicleta. Uno de estos ciclistas lleva colgadas del manillar unas jaulas diminutas con grillos y un pájaro. Se detiene un momento y reemprende su marcha. Sin embargo, este espacio de recogimiento termina de súbito en los alrededores de una zona de lagos. Hermosos puentes de mármol cruzan los canales que los comunican. En la ribera, sobre el paseo que la recorre, estan dispuestos confortables divanes para saborear un refresco o un plato mientras contemplas el paso incesante del gentío que crece y crece conforme se pone el sol. Pueden comprarse yogures frescos en tarros de cerámica en puestos ambulantes. Sobre el lago sembrado de nenúfares algunas barcas se deslizan y obligan a los ocupantes a agachar la cabeza para pasar bajo los puentes. Es hermoso. Esta noche hemos decidido hacer los honores a un pato laqueado, compartiendo el inmenso comedor con cientos de chinos haciendo lo propio. Los comensales locales no se entretienen, no existe tal cosa como la sobremesa. Comen ávidamente cantidades ingentes de comida de innumerables platos y fuentes y se van. Las mesas se ocupan y desocupan a cámara rápida.
La Ciudad Prohibida tiene una de sus puertas en un extremo de la Plaza de Tiananmen. Atravesar la inmensa esplanada requiere hacerlo a través de uno de los pasos subterráneos. Estos permiten controlar con precisión quien y con qué entra en ella. Sin embargo, ello no impide que oleadas inunden la plaza de forma continua desde bien temprano. Y es que todo el mundo sabe que hacer cola es preceptivo para visitar el mausoleo de Mao Tse Tung o la Ciudad Prohibida. El primero ocupa un edificio cuadrangular, reconocible por la interminable cola de pacientes visitantes. Decido perderme la visión del cuerpo embalsamado. El fenómeno óptico es curioso: cuanta mas gente ocupa la plaza, esta parece multiplicar sus dimensiones, parece crecer el espacio para albergar numerosos grupos de turistas locales cubiertos por paraguas que atienden las explicaciones a voz en grito del guía. Una descomunal pantalla alargada va mostrando imágenesde brillantes colores en rápida sucesión . Tambien ella parece empequeñecer en la distancia. Todo el mundo se apresura y se contagia del ritmo endiablado bajo el sol de justicia. Es preceptivo llevar agua convertida en un bloque hielo que se vende a cada paso.
Sigue siendo preciso pasar bajo un gran retrato de Mao para acceder a la Ciudad Prohibida. Patio tras patio, escalera tras escalera, palacio tras palacio, costará reconocer aquello que Bertolucci filmó , por no decir la vida que allí describió. Los inmensos patios y recintos que en tiempos de los emperadores solo frecuentaban ellos y sus familias o los dignatarios y servidores, vedados a cualquier otro mortal, estan hoy invadidos a ritmo trepidante. Los palacios estan prácticamente vacíos. Quedan los tronos despojados de sus adornos y las columnas y artesonados. Los dragones y leones de mármol flanquean los tramos de escalones y las balaustradas sostienen brevemente a los agotados visitantes. En 36o grados, la vista contempla el hormiguero humano y el baile gràcil de los paraguas multicolores. Intentar imaginar como transcurría la vida allí requiere unas condiciones ambientales hoy imposibles. Solo es posible salvar esa distancia recurriendo al mundo virtual o la literatura o libros ilustrados. La imágen que haya podido forjarse en nuestra memoria a través de esas lecturas o visionados, huye ante la contemplación de la escena ante nuestros ojos. Es tanta la distancia que nos separa y no solo en el tiempo. Pero eso es otro tipo de reflexión.

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