martes, 25 de octubre de 2011
Kunming, Yuangyang y Xishuangbanna
Es extremadamente difícil recorrer la orilla del gran Yangtze en todo su recorrido. No es sólo la enorme longitud del río y los parajes abruptos o desolados que lo rodean en gran parte de su alta cuenca, sino la carencia de comunicaciones. Pero no deseaba de ningún modo perderme esta famosa garganta. Afortunadamente el deseo de muchos, permite hoy día recorrer a pie dos senderos paralelos por su orilla derecha, una mas alta que la otra. Se puede efectuar en etapas. Otra alternativa es coger un autobús hasta su punto medio, y desde allí descender hasta la corriente y esa es la opción que tomé. El descenso desde la carretera es en realidad un descolgarse por sendas culebreantes y precarias escalas de hierro o madera, poniendo a prueba la musculatura de las piernas. El ascenso es aun mas penoso y comporta una hora hizándose por los mismos obstáculos. Yo compartí la experiencia con dos parejas de chinos. También alguna fruta para renovar energía y algunas fotos. Las carencias del lenguaje las suple la buena voluntad y la simpatía. Una vez junto al curso de agua, se tiene la opción de contemplar la garganta desde diferentes puntos. Una cascada desciende en escalones hasta una enorme roca en mitad del río. Desde allí sientes la fuerza del potente caudal romper contra la roca y la orilla opuesta, mientras curso abajo, el estrechamiento del paso provoca olas y remolinos estremecedores. No cuesta imaginar qué supondría una caída en esas aguas color de chocolate con leche. No sería una experiencia dulce, con seguridad. En este punto el Yangtze ya ha dado el primero de sus giros de 180 grados en su descenso desde el Tibet y se dirige al norte para luego volver a girar hacia el sur y finalmente al este, dirección que no abandonará hasta su inmenso delta, cerca de Shanghai. Habrá recorrido unos 6500 Km. El Chang Jian, le llaman allí.
Me hallo pues en el curso alto del Chang Jian, y el paisaje ha cambiado, dejando las llanuras amables de Lijiang. La carretera se encarama a partir de Qiaguo, donde la ruta desde Likiang se bifurca para llegar hasta la Garganta del Tigre. He retrocedido por ella y en Qiaguo, tomo otro autobus hasta Shangri-La, o Zhongdian. A mitad de camino, el paisaje es bien distinto. Un gran altiplano nos rodea e incluso la luz del cielo, ahora despejado es distinta, limpia, no deslumbra pero ensancha los pulmones y el espíritu. El Yangtze discurre ahora mas al oeste, por una región denominada de los Tres Ríos Paralelos, todos descendiendo desde el altiplano del Tibet. Aquí y allí, se observan altas estacas clavadas en el suelo, inclinadas formando una especie de parrilla, entre los extensos campos de cultivo. Son pajares. Desde el suelo, los campesinos van echando con sus horquillas la paja del cereal que acaban de cosechar, trillar y aventar. En la distancia una corona de picos azules. De vez en cuando algún yak. Las viviendas ya son de claro estilo tibetano. Grandes, de dos plantas, con bellas cenefas bajo los aleros de los tejados negros. La vivienda se abre a un amplio patio frontal, rodeado por una alta cerca de obra revocada y encalada. Una bella puerta decorada, igual que la de los monasterios le da acceso. Todas ellas tienen un immejorable aspecto, como recién construídas. Están profusamente esparcidas por la meseta, lo cual también da idea de la prosperidad de esta tierra. Poco antes de llegar a Shangri-La, empiezan a aparecer grandes complejos como recién salidos de la nada, acabados de hacer: bloques de viviendas, hospitales, un conjunto de colegios universitarios, edificios gubernamentales, todos de un impoluto color blanco, macizos e imponentes, con una orla uniformadora que reproduce los círculos blancos sobre rojo y negro, propios del estilo tibetano. Empiezo a pensar que ésto no responde a la idea que me había hecho de Shangri-La, pero la realidad se impone. Esta región es una enorme mina de metales de gran valor. Los chinos están mas que dispuestos a sacar de ella el mayor provecho y su ansia desarrollista ha llegado para implantarse. Efectivamente, la ciudad vieja, bien conservada y debidamente comercializada como Lijiang, está incrustada en una red de avenidas y enormes plazas, con estatuas conmemorativas y relucientes letreros dorados. Tampoco aquí hay transición, se abandona una avenida y el asfalto y se penetra en una calle de tierra y piedras, los edificios modernos y se transita entre otros de color rojo oscuro, con artísticos remates y bellas maderas decoradas. Encuentro alojamiento en un noble edificio con patio central abierto y dos plantas con galería superior. Conoció tiempos mejores y el patio está un tanto descuidado. El centro es un bello decorado para una gran área comercial.
El gran monasterio Ganden Sumtseling, de profunda significación para el budismo tibetano aun me sorprende mas. Esta en unas colinas a unos 8 km de la ciudad y se accede a él a través de un hall que recuerda el de un hotel de 5 estrellas. Azafatas uniformadas te indican donde comprar la entrada, pasas por canceladores de billetes de torno y te encaramas a relumbrantes autocares de color dorado, que te depositan junto a la entrada principal del monasterio, unos 3 kilometros mas arriba. Bien ubicado, adosado a un pequeño circo en las colinas, el recinto es una obra continua de albañiles, carpinteros y pintores. Los monjes no se dejan ver. Encontré a cuatro entonando cantos guturales resonantes como una caracola. Unas pocas devotas hacían reverencias i presentaban ofrendas. Muchas salas de oración, vacías e infinidad de pinturas murales de vivísimos colores, como recién reparadas o pintadas de nuevo. Pero, ¿y la vida del espíritu? Esta es la región de Kam, de larga tradición de gente dura y guerrera, de alta y hermosa planta, temibles oponentes o útiles aliados de armas para quién consiguiera su apoyo. Echo en falta a alguién que pueda explicarme qué nuevo budismo se practica aquí. Inútil preguntar a algún monje, me temo.
Por la tarde visito The Black Pottery Coffee Shop. Me presento al marido de Kesang y al poco llega ella. Se sorprendre y sonríe mientras me abraza. Entablamos una conversación en la que su marido participa sin dejar de utilizar su portátil. Me cuentan qué hacen allí y el tiempo que llevan. Durante la temporada turística que ya ha terminado, organizan treks de varios días por la región. Lamento que no haya ningún grupo en perspectiva. Le doy mi opinión sobre el desarrollismo en Shangri-La y sólo responde que no hace falta que vaya a Dali si tengo esa opinión.
Acabo de visitar mas en detalle el centro del barrio antiguo con algunos bellos rincones y desierto de turistas. Recuerda bastante a Lijiang, pero sin canales.
Decido seguir camino hacia Dali.
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