martes, 25 de octubre de 2011

Entrada en Laos y dos japoneses peculiares


















El trayecto en autobús hasta la frontera con Laos resulta ser una contemplación continua de un paisaje de gran belleza. Sumamente montañoso, de laderas frondosamente pobladas de árboles del caucho. Altas frondas de bambú de un verde mas claro sobresalen de vez en cuando. El Mekong transcurre por el fondo del valle dando vida a algunas poblaciones y a campos de plataneras. Las frondosas cumbres de las montañas se alternan en la lejanía y se pierden de vista. Contemplación hipnótica. Finalmente dejamos el curso del Mekong y la carretera se desvía hacia el este. El paso fronterizo se efectúa ágilmente tras pagar el visado, mostrar el pasaporte y cambiar algo de dinero. Bueno mas que algo, es un inmenso fajo el que me dan a cambio de 200 euros, concretamente 2.165.600 Kips.
Hasta Nam Tha el trayecto habrá durado unas 6 horas. Un coreano que viajaba desde Jinghong y yo nos topamos con un japonés en bicicleta que nos aconseja alojarnos en Adounsiri, una bonita casa particular reconvertida en Guest House. Doy una vuelta por el pueblo. Está dispuesto a lo largo de tres largas y anchas calles sin asfaltar. Visito el extenso mercado nocturno que ya está recogiendo los puestos. Regreso al Adounsiri y charlo con Joo, 29 años, el coreano y Shoichi, 62 años, el japonés. Este último habla bastante bien el inglés, pero el primero tiene grandes dificultades para entender y hacerse entender. Shoichi me habla de los reyes catolicos y resulta que estudió español en Japón. Confirma que el aprendizaje del inglés en Japón es puramente gramatical y que nunca lo hablan en la escuela. Se interesa asimismo por las religiones. Para él el Sintoísmo no son mas que ritos para pedir y agradecer. La gente no cree en realidad. Asimismo ya no creen en el emperador como representante de dios en la tierra. Hablamos tambien de la crisis y los temores. Le parece normal que nos neguemos a pagarla. Le preocupa que baje el dólar y tienen miedo del poder de China. Cree que Taiwan tomará el control, pues “dónde están los antiguos dirigentes del PCC” Afirma que mueven los hilos desde Taiwan. También se sienten amenazados por Rusia. Cree que no hay mas fugas nucleares aunque le parece normal que la gente con niños de corta edad estén preocupados por la contaminación del agua y los alimentos. No tienen inmigración significativa, pero los refugiados son admitidos. Habla del kanji que conserva su origen chino, pero China los simplificó y ello dificulta la comprensión por parte de los japoneses. Aun así, los pueden entender. El mismo se encarga de explicarle a Joo que la escritura coreana procede del final de la II Guerra Mundial. Ellos, insiste, no pueden entender los ideogramas, le decía en tono enérgico. Debe ser el tono de los japoneses que dicen lo que piensan o se alteran. Joo se limita a decir que en Corea poca gente habla bien el inglés, y el se avergüenza del suyo.

A la mañana siguiente llueve a cántaros. Ja profetizó ayer Shoichi “hoy no hay estrellas y cada día ha llovido”. Tendré que descartar otro trek por los poblados de la zona y quizá continuar hacia Luang Prabang. Decido aprovechar que empieza a descampar para acercarme hasta el templo que domina la ciudad desde un altozano. Los caminos que se adentran en los campos de arroz cercanos estan inundados y los campesinos se adentran en ellos con barro hasta las pantorrillas. Descarto pues la incursión y me dirijo al templo. Un pequeño grupo de peregrinos entran con un monje y otros dos hombres ofician un rito entonando salmodias y anudando cintas en la muñeca de un par de mujeres. Despues éstas cogen unos bastoncillos con números y comprueban en unas papeletas con texto y numeradas la coincidencia. Las leen y parecen estar satisfechas. El rito ha admitido mi presencia pasivamente y he podido hacerles fotos sin que se inmutaran. El templo es una pequeña construcción de planta cuadrada de altos techos con cubierta a cuatro aguas de forma trapezoidal. En el interior solo la gran estatua dorada de buda, ningún otro adorno, solo manchones y olor de humedad. En el budismo Theravada el Buda solo tiene una expresión y es cierto que visitar un templo tras otro es como haber entrado en una sala de los espejos. La sensación, sin embargo, es plácida; la religión no se impone de ningún modo, ni personal ni iconográficamente con expresiones chocantes, tenebrosas o amenazantes, como en el budismo tibetano. La luz se refleja en el dorado del buda, en las paredes blancas, no está obstaculizada por rincones oscuros o cámaras semi ocultas.
El color de las túnicas es naranja, brillante, alegre y luminoso. He rememorado aquí las impresiones de Myanmar, la amabilidad y sencillez del culto.

Shoichi y yo compartimos buenos momentos de conversación. Peculiar como japonés e incluso como hombre de su edad. Hablamos del sistema laboral en Japón, de la obligación de dar a la empresa hasta 150 horas mensuales y de sus consecuencias, el suicidio. Su hijo, 30 años, trabaja de 9 a 9. Del cambio de costumbres, de la incredulidad en torno a la figura del emperador. Vacaciones de 1 semana. Crisis y miedo de China, de que quiera anexionarse Taiwan. El se jubiló a los 60 – no explica cómo -, aunque no era funcionario; trabajó como representante de maquinaria industrial. Ahora viaja a un ritmo de 2 meses, seguidos de otros dos en Japón, y casi siempre a la misma región de Asia. Lleva 10 años viajando. A su mujer solo le interesa Hawai.

Por la tarde lo encuentro sentado a la mesa de un café con otro Japonés, orondo y risueño. Habla como una ametralladora y Shoichi parece interesado en la conversación. Nogoshi Osamu, 63 años, divorciado y casado de nuevo con una Tailandesa de mediana edad. Ha pasado al inglés al ser invitada a sentarme con ellos. Está hablando de unos cangrejos de Bangla Desh que conforme crecen abandonan la cáscara, que les vuelve a crecer. Los pescadores los atrapan cuando acaban de desprenderse de ella, los congelan y los exportan. Así se aprovecha todo de ellos. Lo considera unn buen negocio. També de unas setaas “Matsusake”, que se recolectan en Yunnan, en el extremo noroeste, junto al Tibet. Son saprófitos de las raíces de los pinos. Son muy aromáticos y altamente provechosos para sus recolectores. Cuando llegan a Japón, el precio se triplica y se hace prohibitivo para muchos bolsillos. Indudablemente este hombre es un comerciante nato, aunque desconozco exactamente en qué o en cuantas cosas. Su tarjeta y web están en japonés y no tendré ocasión de pedirle a Shoichi que me lo explique. Entiendo que quiere dedicarse a alguna actividad solidaria en Bangla Desh. Sigue sonriendo o riendo continuamente. Bromea sobre un producto para adelgazar extraido de una planta, que la gente podria consumir incluso sin darse cuenta. A él le iría fantástico, dice entre risas. Me pregunta si deseo visitar Buthan y le digo que si, pero que el precio de acceso me parece excesivo. Inmediatamente me dice que el conoce a su presidente, el Dr. Kingzang Dorji y que cuando quiera ir se lo diga. Le sonrío amablemente y reservo mi incredulidad. Pero luego entraré en internet y comprobaré que el nombre es real, que es el del Presidente de Buthan.

Voy a dar un paseo por las afueras de Nam Tha, entre los campos y viviendas de los campesinos. Los caminos siguen estando embarrados, con grandes charcos. Las viviendas están construidas sobre pilares de madera y los paramentos son de bambú. En el centro urbano las construcciones son predominantemente de obra. Algunas villas de 2 o tres plantas, evidencia de la prosperidad de sus propietarios. Quizá haya sido la explotación de la madera o del caucho, que sigue siendo muy abundante aquí. Las pick-up son de gama alta.
Esta noche Shoichi, Joo y yo cenaremos en un restaurante chino.

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