martes, 25 de octubre de 2011

Luang Prabang















































Shoichi me acompaña al mercado local para comprar leche de soja a granel y alguna fruta para el camino. El parte hacia Tailandia, donde le espera un amigo, profesor universitario que conoció en un viaje anterior. Me despido de él y encuentro a Joo que también sale hacia Luang Prabang,
En todo el trayecto seguimos viendo los bosques de árboles del caucho. Zona muy montañosa, valles estrechos que se imbrican, haciendo de la carretera una curva tras otra. De vez en cuando, en el pequeño espacio plano a lado y lado de la carretera aparece una hilera de sencillas casas de madera que sacan sus cultivos de pequeñísimas franjas de tierra, aupados en las empinadas laderas. Joo se ha empeñado en pagar la comida que compartimos en un alto del camino “Korean manner”. Me río y le digo que la “Spanish Manner” es diferente. La carretera se ha convertido ahora en una sucesión de baches durante mas de tres horas. Después circulamos por un valle mas ancho y llano sembrado de arroz, sucediéndose las hileras de casas con más frecuencia. La tierra es roja, el arrox de un verde brillante. Enfrente las montañas son lomos de elefantes, jorobas de camello. Algunas colinas arboladas interrumpen los campos de arroz. En algunos tramos el río se ha llevado parte de la carretera. De color chocolate con leche, traza curvas de un lado a otro del valle. Ya no hay espacio para el arroz. El bosque se ha cerrado sobre el río. Las frondas de bambú lanzan sus penachos al cielo. De repente, ante nosotros una larga fila de vehículos lleva nuestra mirada hacia un gran desprendimiento de tierras donde 4 bulldozers trabajan a destajo para despejar la carretera. En poco mas de media hora volvemos a avanzar.

Tras 9 horas ya estamos en Luang Prabang. Joo y yo desembarcamos en la casa de huéspedes Choumkhong. Construcción tradicional de madera regentada por la família que la habita, muy cerca del antiguo palacio real y a escasos 100 del Mekong. Limpia y tranquila, con una hermosa galeria y suelo de plancha de madera pulida. Necesito mimarme un poco y me dirijo al Coconut Garden, donde en un ambiente muy agradable ceno unos deliciosos brotes de bambú rellenos de cerdo, en plena Sisavangwong, junto al mercado nocturno de artesanía. Se nota que la temporada turística está terminando pues son pocos los turistas que lo transitan. Regreso pronto y me doy a un sueño reparador.

La mañana siguiente luce luminosa, se anuncia el sol. Aprovecho para ir a visitar el Mekong y pasear por su orilla hasta Wat Vieng Thong, en el extremo de la península que forman el Mekong y su afluente Nam Khan. Mekong, paladeo el sonido del nombre, está asociado a su ingobernabilidad, a los intentos fallidos de los europeos y yanquis por conquistarlo. Fluye marron y caudaloso. Las largas barcazas lo navegan y cruzan ladeándose en la corriente. Numerosas terrazas entre los embarcaderos ofrecen un mirador sobre su vida y la otra orilla.

Wat Vieng Thong. Me impresiona de inmediato, no solo la belleza de sus construcciones y la gracia de sus tejados respingones, sino el trabajo de troceado de cristal coloreado con el que se han formado extraordinarias figuras y escenas de todo tipo, religiosas, si, pero tambien de la vida cotidiana. No puedo dejar de registrar cada una con la cámara. El interior del Sim, templo principal, es un bello trabajo de madera decorada, gongs, puertas labradas y doradas, fina luz tamizada por aberturas bajo los anchos aleros. Solo las velas aportan iluminación a los rincones tras el altar. El recinto contiene varias estupas, de menor tamaño pero bonita factura, en un jardín con algún gran árbol de Buda, el baniano. El templo principal data de 1560 y dispone de un cobertizo donde albergar las barcas que traían a los visitantes por el río, única vía de comunicación en su época. Unas escaleras conducen hasta la orilla. Se subían a brazos. Un pequeño edificio, con restos de pinturas bajo el alero y grietas en los muros, alberga a los monjes de túnica naranja. Alguien me saluda, es Joo. Al poco le pierdo.
Vuelvo sobre mis pasos hasta el Palacio Real, hoy museo. Construido a principios del S.XX por el rey Sisavangvong y ayuda francesa, apreciable en su arquitectura. La sala del trono está decorada sobre un fondo rojo sangre con el mismo trabajo de troceado de cristal de colores que el Wat Vieng Thong. Llama la atención una sala con vitrinas y abundantes libros donados por los franceses, de historia, geografia o literatura. Asimismo, en otra sala se conservan objetos regalados por las potencias de la época, algunos bien curiosos como una maqueta de plástico de un satélite donado por el presidente Nixon. En 1973 , la familia real abandonó el país tras la guerra de Indochina.

Son las doce del mediodía pero el calor es intenso, y busco la sombra y un poco de descanso.

Al dia siguiente salgo con un pequeño grupo para hacer un recorrido de los alrededores: paseo en elefante, cuevas de Pak Ou y algunos poblados donde se elabora artesanalmente el papel, tejidos o licor de arroz. En la furgoneta conozco a Samuel Paya y Mariana Araujo. El francés de padre español, ella Dominicana. Residen en Santo Domingo, en el barrio colonial, junto a la casa de Colón. El trabaja de director de una empresa de Telecomunicaciones, ella es abogado. Son risueños y muy agradables. Me ofrecen su casa y me muestran una foto para acabar de convencerme.
El paseo en elefante es divertido y bañarlos después en el río y darles de comer también. Estas son elefantas muy dóciles, los machos se reservan para arrastrar los troncos talados. La aproximación a las cuevas de Pak Ou es muy agradable, cruzanco el Mekong en canoas de madera. El interior es muy oscuro, sin iluminación artificial y su contenido no parece tener demasiado interés. En los poblados hemos podido ver la elaboración del papel, a partir de la pulpa, una muestra de los trabajos hechos con él y algunos tejidos. El licor de arroz se ofrece en botellines con algun que otro bicho en su interior. Ha sigo un día agradable y la compañía muy grata.
A mi regreso al hostal he encontrado una sorpresa. Sobre mis chancletas a la entrada, habia un pequeño envoltorio con tres almohadillas y una nota de Joo en inglés, artísticamente doblada . Lamento no haber podido despedirme de él. Espero reencontrarlo en Van Vieng, adonde me dirijo mañana.

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