martes, 25 de octubre de 2011

Vang Vieng























Ocho horas mas tarde de salir de Luang Prabang llego a Vang Vieng. La primera mitad del trayecto es continuación del paisaje que me ha acompañado desde China. En los pequeños poblados asentados al borde de la carretera, el único producto en oferta son calabazas. Cuando nos adentramos en la zona kárstica, la naturaleza está domesticada: amplio y llano valle, campos de arroz de un verde vivo. El sol parece bendecir la bonanza después de la niebla y la lluvia. Las poblaciones son aun sencillas pero ya comprenden mas de una hilera de casas, algunas de obra y algunas tiendas. Una larga fila de niños y niñas regresa de la escuela. Sorprende su gran número en una población tan pequeña. Es una señal de progreso, con sus uniformes y cartera. Unos pequeños juegan a fútbol en un campo de verde hierba segada. Numerosos terneros puntean los campos o el borde de la carretera. Mis ojos no se apartan de la contemplación de los picos kársticos, cubiertos de vegetación y coronados por espléndidos cúmulos blancos perforados por los rayos del sol. Seguirá con nosotros hasta su puesta. La carretera no es mas que un conjunto de charcos que el conductor trata de sortear. Llegamos a Vang Vieng. Esta vez los compañeros de viaje son: Hyun (Brillantez), una coreana que ejerce el voluntariado en Tailandia en una escuela. Moses, un israelita, viajero y viajado de la Ceca a la Meca. Estudia derecho y conoce a Jared Diamond sobre cuyos libros conversamos. Ronin, británico, escocés de padre irlandés. Me dará la Lonely Planet de China; ha oído que regreso tras la visita a Laos. Me viene providencialmente pues he extraviado en Nam Tha el pen drive donde llevaba la edición digital.
Se ha puesto el sol tras una colina karstica. La contemplo desde la terracita de la casa de huéspedes donde me albergo, Dok Khoun.

A la mañana siguiente decido alquilar algo con dos rueas para recorrer la zona de arrozales entre picos y grutas. Me decido por una motocicleta. Lo he pasado en grande. He tenido que vadear barro y grandes charcos fangosos. El calor es notable, así que ha sido una buena opción, mejor que una bicicleta. Las ruedas resbalaban en el barro y el motor parecía poder ahogarse en los charcos, pero he conseguido salir airosa y no ir a hacer compañía a los búfalos. He empezado por llegar hasta Poukham, a unos 7 kilómetros. El picacho contiene una cueva y a su pie un hermoso lago de transparente esmeralda ve nadar peces a la sombra de un bello puente y un retorcido árbol. De éste desciende una cuerda para saltar sobre el agua. No había nadie. El camino ha resultado encantador, el intenso azul del cielo y verde del arroz contrastando con el gris de los picachos y el verde oscuro de sus árboles. De vez en cuando algún pequeño poblado de casas de madera y alguna motocicleta que me he cruzado. Alguna escuela, mas parecida a un colegio privado ingles, en cuyo patio se hubiera podido jugar al polo. Los niños con pulcro uniforme, apenas ocupaban un rincón del mismo.
Me hubiera gustado seguir mas adelante, pero esta vez un inmenso lago de barro cubría todo el camino. Las ruedas han quedado atrapadas y patinando sobre el barro y he decidido no arriesgarme a quedar atrancada sin que nadie pudiera ayudarme. Doy media vuelta y vuelvo a cruzar el rio Namsong, que separa Vang Vieng de la zona kárstica y me dirijo a las cascadas, a unos 5 km del pueblo, en las montañas. Valía la pena. El paisaje es distinto pero tambien muy hermoso, los campos de arroz y los poblados se suceden. Al final del camino dejo la motocicleta y empiezo a escalar hacia la cascada. Encuentro una primera en medio del bosque que desciende suavemente en una poza y luego en otra. Un poco mas arriba, otra poza y el calor invitan al baño, pero me limito a refrescarme la cara. Finalmente una cola de caballo se precipita estrepitosamente en una laguna, zarandeando con el viento que produce las ramas deshojadas de unos árboles que resisten heroicamente entre las rocas. Me siento unos minutos para disfrutar de la visión del agua cristalina, la sombra de los tupidos árboles y el regalo de numerosas mariposas de vivos y variados colores y dibujos.
Cuando descendía de regreso, me he encontrado a Moses, sin resuello y en un baño de sudor, descansando en una piedra. Es que él va en bicicleta.
He devuelto la moto, rebozada de barro pero funcionando. El hombre se ha mostrado generoso con el tiempo contratado. Se lo agradezco.
Decido comprar el billete de bus a Vientiane para el día siguiente. También el billete de avión Vientiane-Kunming. Sale mas a cuenta que comprar el vuelo entero Vientiane-Kunming-Guilin. En Kunming habré de enlazar sobre la marcha hasta Guilin, ya en Guangxi.

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