martes, 28 de septiembre de 2010

De Isfahan a Tehran

El letrero reza: "La observancia del velo islámico es ley en nuestro país. Respeta la ley".













Este tramo del viaje iba a permitirnos ver de cerca un paisaje que hasta el momento se nos había antojado árido y monótono, desprovisto de rasgos distintivos. El trayecto confirmaría las sospechas. Una viajera y escritora inglesa a principios del siglo veinte, Vita Sackville-West, decía que ninguno de sus compatriotas residentes en Iran mostraba aprecio alguno por las ondulaciones del país, que vivían de espaldas al mismo, recluidos en sus residencias y en sus costumbres británicas, relacionados únicamente con sus compatriotas. Ella ama los jardines de Iran, terrenos arbolados con flores silvestres. Gusta de observar la flora y se deleita cuando descubre una nueva flor. Su romanticismo la llevaba a compenetrarse con aquellos páramos, a aislarse heroicamente en ellos. Ha dejado un par de libros al respecto: Viajera a Teheran y Diez dias en las montañas. En este último relata una excursión de diez días por las montañas al sur de Isfahan con su marido. Vita era un personaje libre y liberado de convencionalismos, en una época aun impregnada de moral victoriana.
Abianeh es un poblado de montaña, al que se llega por una carretera que va ascendiendo por un valle. Está construido en adobe rojo y su particularidad estriba en los balcones de madera suspendidos y en las curiosas aldabas de las puertas: uno para hombres y otro para mujeres. Su distinta forma hace que el sonido que producen sea distinto. De vez en cuando se abren escalones descendentes que conducen a grandes cisternas. Algunas parecen abandonadas, sus accesos convertidos en vertederos. Al pie del pueblo, un cauce ahora seco, lo separa de un altozano donde se conservan las ruinas de una antigua fortaleza. Algunas mujeres sentadas a la puerta de su casa ofrecen al visitante frutos secos y una lámina elástica de pasta de ciruela recubierta de hoja de plástico. Su sabor es entre ácido y salado. Llevan atuendos distintivos, coloristas y pañuelo a la cabeza. Los hombres unos pantalones anchos que les llegan por encima del tobillo.
En Kashan nos sorprendió el lujo de antiguas mansiones, la mayoría del siglo XIX. Visitamos una de un rico mercader y otra de un gobernador. Su estructura es particular. Tras un vestíbulo en ángulo recto se desemboca en un amplio patio donde los visitantes eran recibidos por la familia. Alrededor de este patio, las habitaciones privadas se disponen a un extremo y otro; uno, el lado sur, era la residencia de invierno y el lado norte, la de verano. La disposición interior de las salas y dormitorios aprovechaba, en un caso el calor y en el otro el frescor, permitiendo las corrientes de aire en el segundo. Tras uno de los extremos, existe otro patio, este privado, con árboles y plantas alrededor de un estanque. En los lados este y oeste del primer patio estan las habitaciones de servicio. En la del gobernador unos escalones conducen a los baños en el sótano, al que llega la luz desde aberturas a ras del suelo del patio. Disponen de dos plantas y la ornamentación interior es lujosa, combinando fragmentos de espejos incrustados en el yeso, maderas nobles en las puertas y cristales de colores en las ventanas y mamparas de separación.
Los muros que dan a los patios estan hechos con bellos dibujos estucados. Es de admirar la combinación utilitaria y la belleza y proporción de las dimensiones. Hoy se estan restaurando y reconvirtiendo en hoteles.
Características de la ciudad de Kashan son las torres cuadrangulares que se alzan aquí y allà. Su proposito es canalizar la circulación del aire y refrescar los interiores.

Las visitas fueron interesantes, cada una a su manera, pero el paisaje no ofreció ninguna novedad. Seguía echando de menos el verdor y grandiosidad de Tajikistan y el carácter afable y acogedor de su gente.




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