martes, 28 de septiembre de 2010

Tehran






Unos 8 kilómetros antes de llegar a Tehran desde el sur se eleva el mausoleo del Ayatollah Homeini. No se distingue precisamente por su belleza o grandiosidad. Ha estado en continua construcción y remodelación desde su muerte. Su ilustre ocupante quiso que fuera un lugar abierto a todos. Hoy, hay quienes rodean la reja que protege su tumba, mientras otros pasean, los niños corretean y otros hacen pic-nic en la zona de aparcamiento, incluso hoy primer viernes del Ramadan.
Hoy, un día especialmente notable para los musulmanes, el tráfico es escaso y sin embargo la contaminación abraza la totalidad de la gran ciudad impidiendo que incluso desde la planta 15 del hotel pueda apreciarse mas allá de los primeros edificios. Y tan gris como su cielo es la vida en este viernes. Un recorrido por el centro nos lleva por comercios y restaurantes cerrados, escasísimos transeuntes y ningún espacio donde relajarse, siquiera una plaza o un parque. Al día siguiente, laborable, la vida ciudadana se anima. El comercio está abierto, los talleres estan activos y la gente se desplaza aunque la mayoría lo hace en vehículos. Transitar por Teheran requiere buen ojo avizor y agilidad. Los pasos de peatones suponen salvar bordillos desencajados, saltar por cunetas por donde circula el agua y todo aquello que no ha sido depositado en las papeleras, por otro lado muy escasas. Las motos circulan hábil y rápidamente por las aceras. Cruzar es un riesgo no controlado. Los semáforos cambian de color, pero el tráfico los ignora.
La fealdad es la enseña, el descuido y desorden su consigna.
Había puesto una cierta expectativa en el Museo Nacional de Iran. Qué menos con tal nombre y más sabiendo que las riquezas arqueológicas del país son de tal envergadura. Sería una compensación a la depresión del día anterior. Pues bien, el sábado sí estaba abierto y pudimos visitarlo, pero su colección me decepcionó, no por su calidad sinó por sus dimensiones. Las colecciones abarcan un amplio periodo: desde la prehistoria hasta el s.XVI, aunque contiene muy pocas piezas de periodos esenciales como el de los Sasánidas. La tienda ofrecía una suculenta selección de libros de arte. Dispuesta a comprar por lo menos un libro sobre Persépolis, me dirigí a la señorita que la atendía pero no sabía los precios ni había nadie allí que los supiera. Habría que esperar a Tabriz, ciudad fronteriza con Turquía, para completar las carencias del fondo de éste.

Y así, con la sensación de que no valía la pena haber recorrido la larga distancia desde Isfahan para ver la capital y para abundar aun mas en la inexpresividad del país, abandonamos Tehran en tren hacia Tabriz.

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