viernes, 10 de septiembre de 2010

El accidentado paso a Kirguizistan





La precaria carretera que nos llevará hasta la frontera Kirguiza recorre un paisaje de montaña con formaciones de estratos inclinados y vivos colores: verdes, naranjas, ocres. La tierra es seca, solo junto a los cauces, ahora secos, aparece un ligero manto verde. Ascendemos hasta un altiplano con cumbres nevadas al fondo. Nos hallamos en territorio de pastos, donde de vez en cuando hay yurtas y algun ganado disperso. La atmósfera es nítida y la luz cálida. Seguimos ascendiendo hasta el paso del Irkeshtam, a 3000 metros de altura. Allí espera, quién sabe durante cuanto tiempo, una hilera de camiones el permiso para seguir transitando la ruta, sea en dirección este, hacia China o hacia Sary Tash, la primera población ya en territorio Kirguiz. Nuestro vehículo pasa de largo y se dirige al puesto fronterizo chino. Se nos hace pasar a una sala con nuestros equipajes. Varios policías pulcramente uniformados estan ocupados y apenas nos prestan atención. Finalmente dos de ellos empiezan a pedirnos por señas que les abramos los equipajes y les mostremos el pasaporte. Hojean éstos y a continuación nos requieren que extraigamos los libros y les mostremos las fotos que hayamos tomado con las cámaras. Sigue pues una larga hora en la que cada uno les vamos mostrando las fotos tomadas en China y los libros que hojean concienzudamente. No sabemos bien lo que buscan. A mi inspector le llama la atención el libro de las Cuevas de Mogao, atiende y asiente a mis explicaciones. La verdad es que no sé si entiende inglés. Y asi cada uno de nosotros. Volvemos a recolocar el equipaje y seguimos esperando. En la siguiente hora, los pasaportes nos seran requeridos 5 veces mas. Teniamos entendido que poner cara de impaciencia no suele dar buenos resultados, asi que cultivo mi "yo interior" y procuro no perder la sonrisa. Tras la última inspección un jóven guardia, muy pulcramente uniformado y en posición de firme parece invitarme con la mirada y me animo a hacerle preguntas. "¿Cuánto tiempo llevas aquí?" " Casi un año." "¿De donde eres?" "De Kashgar." "¿Cuanto hace que no ves a tu familia?" " Oh, tendré un permiso dentro de dos meses." "¿Y cuánto tiempo mas estarás en este destino? "Bueno, debo permanecer cinco años antes de poder, si lo deseo, solicitar un traslado." Su inglés es comedido e impecable. Me sorprendo y le hago una pregunta más: "¿Donde has aprendido inglés?" "En una escuela internacional que dirige mi tío." Parece orgulloso de haber puesto a prueba su capacidad para los idiomas y sonrie tanto como la disciplina le permite. Su superior lo está observando. Por detrás de éste último, aparece de repente un personaje con una cámara de televisión al hombro. El superior se dirige al guardia y le dice algo. Luego se dirige a mi y me pide si puedo responder a unas preguntas para la televisión. Miro alrededor pero mis compañeros me sostienen la mirada, como si no fuera con ellos. Asi que, qué remedio. El guardia empieza a lanzar un cuestonario sin apenas darme tiempo a responder.
Lo clásico: "¿Qué te ha parecido China? ¿Hablarás a tus familiares del país? ¿Volverás otra vez?" Las respuestas dificilmente podían ser otras que: "Muy bonita. Por supuesto. Claro que sí." El superior, satisfecho, me informa que la semana siguiente podré verme por la televisión. "Qué bien", le digo. Mientras pienso que dificilmente, aunque quisiera, podría hacerlo, estando como estaré al oeste de Kirguistan. La entrevista ha sido el colofón de la larga espera entre las autoridades chinas y muy atentamente nos abren la puerta y nos repiten la consigna: "Ya ven que apreciamos a los turistas y que somos muy amables con ellos. Ahora un guardia muy simpático les acompañará hasta el puesto Kirguiz" Sonrio y me dirijo rápidamente a la furgoneta que nos espera, antes de que se les ocurra algo mas.
El puesto Kirguiz se hallaba a unos cuantos kilómetros y los vehículos kirguizes debían esperarnos allí. Pero allí solo había un viejo y desvencijado remolque y una destartalada alambrada junto a un sencillo edificio de donde salió un soldado y al cabo de unos 20 minutos nos devolvió los pasaportes y nos permitió continuar. Había pues que seguir con el guardia chino hasta un kilómetro mas abajo donde se suponía que nos estarían esperando. Tampoco estaban allí y los conductores debían regresar con el guardia chino hasta la frontera, así que alli nos apeamos, cargamos el equipaje y empezamos a descender por la carretera. Afortundamente no estaban muy lejos: una furgoneta y un todo terreno. Habían vivido tiempos mejores. Nos encajamos con los equipajes como pudimos y pusimos rumbo a Sari Tash. Esta vez, la carretera se había transformado en pista de tierra. Empezamos a remontar la ladera y desembocamos en un alto y ancho valle. La furgoneta no podía con su alma y de vez en cuando tenía que detenerse para enfriar el motor. Tras varias de estas paradas alcanzamos un punto en que parte de la pista se había venido abajo . El conductor decidió entrar en el lecho pedregoso cortado por anchas y profundas zanjas para volver a la pista mas adelante. Cuando llegó el momento de vadear la rápida corriente, la furgoneta empezó a inclinarse ante lo cual, muy sabiamente nos hizo bajar. Los dos conductores intentaron repetidamente empujar para sacarla del agua hasta que finalmente decidieron hacerla retroceder hasta el punto de partida. Una vez allí, vimos que aceleraba el motor y decidía pasar por la estrecha franja que aun no se había desmoronado. Conteniendo la respiración, no pudimos mas que aplaudir cuando lo consiguió. Podíamos continuar. Pero no por mucho tiempo. Volvió a pararse y esta vez no volvió a arrancar. Tuvimos que apiñarnos en el todoterreno y dejar los equipajes atrás. Nos esperaban en Sari Tash.

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