domingo, 12 de septiembre de 2010

Kirguizistan, nuestra puerta al Pamir










Llegamos a Sari Tash por la tarde, tras el accidentado paso desde China. El pueblo era un remanso de paz y las hermosas vistas de los altos picos nevados del Pamir, contribuyeron a serenarnos. La casa donde nos alojaríamos era una vivienda familiar con tres estancias. En una habilitada como comedor y sala de estar, sobre una alfombra estaba dispuesta una merienda de ensueño: Te, mermelada casera de albaricoque y moras, crema de leche, pan, pasteles y bombones. Sobra decir que nos abalanzamos. La habitación contigua tenía dispuestas alfombras y colchonetas forradas de vivos estampados y sería nuestro dormitorio. La casa no dispone de agua corriente y un diminuto depósito sobre una jofaina nos permite lavarnos las manos. El combustible son bostas secas de vaca, que amontonan junto a la casa . La letrina está en un chamizo de barro tras las cuadras. Estas gentes nos ofrecen cuanto tienen. Salimos a visitar el pueblo. Las casas de construcción sencilla y utilitaria estan espaciadas. Entre ellas algunos cercados para los animales domésticos y un riachuelo que lo atraviesa y que irá a desembocar en el río que extiende sus brazos por la parte inferior del valle, al pie de los altos picos. Unicamente vemos dos pequeñas tiendas que venden sobretodo vodka o aguardiente local y algun refresco. Parece que los habitantes son autosuficientes. Viven de los rebaños de vacas que pastan libremente por el ancho valle, ovejas, y algun ave de corral. Quizá se celebre también algun mercado semanal. El pueblo goza de su posición a las puertas de uno de los dos únicos pasos que lo comunican con China. El tránsito de camiones es fluido y es de suponer que se aprovisionan de otros artículos. De hecho la carretera que transcurre por el pueblo entronca aquí con la que viene de Osh y continua hacia Tajikistan.
Los niños se acercan curiosos y tratan de entablar conversación con nosotros. Solo podemos hacerles gestos y sonreirles. Una niña tambien se ha acercado. Tiene 11 años y una expresión muy dulce. Estaba acompañando a un niño menor que ella a la vuelta del colegio. Llegamos con ella junto a una de las tiendecitas y le ofrecemos un refresco. Prefiere un zumo envasado para compartirlo con su familia. Se aleja saludando y dando las gracias. Los habitantes, incluso los niños pueden comunicarse en ruso. Solo los mayorcitos pueden hablar algo de inglés.
Al caer el sol, empieza a refrescar. Volvemos a la casa y alli nos espera una sabrosa sopa de cordero con verduras y patatas. Nos ofrecen kumi, leche de yegua fermentada. Esta noche apetece taparse con un edredon. Se está bien, muy bien.
Antes de la salida del sol me dirijo hacia un pequeño altozano entre los pastos. Sigo las sendas que las pezuñas han dejado en la hierba y me encaramo. Puedo contemplar todo el valle en penumbra y el resplandor de la nieve de los picos en la oscuridad. Alli estan el pico Lenin y el Marx, despuntando entre la cordillera continua del Pamir. A sus pies y los míos se extiende un gran valle de altos pastos. Las reses empiezan ya a avanzar en disciplinadas filas hacia ellos. Por el oeste, entre las negras montañas se eleva el polvo gris que levantan los camiones que vienen de China. La luz va virando del gris al malva y al rosado. La nieve empieza a resplandecer y los picos a aproximarse.
Cuando regreso a la casa, el desayuno ya está siendo devorado por los compañeros. Esta vez huevos fritos, cereales cocidos en leche con miel, mermelada, pan, cafe con leche y bizcocho. La generosidad de estas personas no conoce límite.
Afortunadamente el vehículo con nuestro equipaje ya ha reparado la avería y podemos continuar ruta. La carretera está en muy mal estado. El paso fronterizo está a la altura de la carretera. Debemos detenernos ante dos controles. En el segundo han dispuesto dos enorme bidones tumbados, al que se les han practicado aberturas como puerta y ventanas y desde alli controlan nuestros pasaportes, eso si de uno en uno. Mientras se atiende a uno, los demas esperamos tras una reja con candado que se abre y cierra cada vez. Todo ello en mitad del paramo. Alguien que al parecer cruza con frecuencia, les ha traido una sandía. La reciben con alegría. El paso fronterizo domina el valle. Seguimos ruta hasta el paso de Kyzyl-Art de 4240 metros, que separa Kirguizistan y Tajikistan. Una enorme escultura de un hermoso ejemplar cornudo lo preside. Es la ovis poli. Hubiera deseado conocer algo mas del país que ahora abandonamos, pero por lo menos el paisaje no parece que vaya a cambiar por ahora.

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