jueves, 16 de septiembre de 2010

Samarkanda

















Salimos de Tajikistan por Penjikent. Tras esta localidad, el paisaje cambia radicalmente. Entramos en el territorio de Uzbekistan que se ha convertido en el cementerio de los rios que fluian exhuberantes desde Tajikistan. No alcanzaran su antiguo destino: el mar de Aral. Mueren en el desierto. Las arenas han cubierto su antiguo delta.
Samarkanda se encuentra a una hora de la frontera tajika. Samarkanda se presenta a mis ojos con el Mausoleo de Guri Amir. Pero no nos detenemos en él. Atravesamos el muro que las autoridades chinas han construido alrededor de la ciudad vieja y a través de ella desembocamos en la Plaza del Registan. Con los últimos rayos del sol de poniente, la madrasa y las cúpulas se visten de oro. A continuación, nos dirigimos al barrio zarista. Construido por los primeros rusos ocupantes de la ciudad, sus mansiones se disponen en amplias avenidas entre frondosos parques. Buscamos un lugar donde cenar y compensamos las penurias culinarias de Tajiskistan en un restaurante armenio: brochetas de ternera, ensalada, berenjenas y cerveza. Aqui la reconocen por el nombre ruso de "piba". Junto a la terraza donde cenamos, sobre la acera, un televisor emite un dvd de musica armenia. Una temperatura muy agradable nos devuelve al hotel. Saludamos a Tamerlan, que contempla pensativo la noche, desde una rotonda.
El Registan merece una visita a la salida del sol, asi que a las 6 de la mañana, enfilamos de nuevo el camino y encontramos a los guardianes de la plaza durmiendo. Uno se despereza y se aproxima. Pagando una módica suma, podemos subir al tejado de una de las madrasas. Negociamos y escalamos la ruinosa escalera del minarete. Los rayos del sol se proyectan ahora horizontalmente sobre los azulejos de fachadas y cúpulas. El silencio pervade la plaza. Contemplamos toda la extensión de la ciudad en la luz opalina.
Unas horas mas tarde, la plaza recibe numerosos visitantes. A pesar de la polémica en torno a la restauración de las tres madrasas, a juzgar por las fotos de los años 60 del pasado siglo, hoy no quedaría nada en pie. La restauración empezó a principios del 1900 y ciertamente en los 60 aun no se apreciaba nada de su presente, y muy posiblemente, antiguo esplendor. La mas antigua de las madrasas es la de Ulugh Beg, nieto de Timur Lang (Tamerlan) el conquistador y restaurador de Samarcanda, a la que convirtió en su fastuosa capital. En medio de sus razzias destructoras a lo largo y ancho de lo que se convertiría en su imperio, salvó y llevó con él, a cuantos artesanos y constructores juzgó capaces de cubrir de gloria su conquista. Y a fe que le sirvieron bien. Hoy la plaza del Registan ya no es la esplanada de arena donde se celebraban los mercados bajo puestos con toldos de lona hasta los años 60 por lo menos. Ha sido embaldosada y levemente ajardinada para mayor resalte de los azulejos de brillantes e intensos colores azules y verdes. La reconstrucción no ha conseguido enderezar por completo algunos muros y minaretes, pero el aspecto general es brillante. Pero hay que observar detenidamente cada una de las fachadas e iwanes (altos arcos cubiertos en las entradas), cada uno de los minaretes y cúpulas para ver los árboles dentro del hermoso bosque. La vista se regala, se adhiere a cada curva, a cada dibujo de los azulejos, se impregna de los hermosos colores. La madrasa opuesta a la de Ulugh Beg luce en el fronton de su arco dos tigres con un sol en su cuerpo y gacelas. La de Ulugh Beg, numerosos soles. Ulugh Beg fue un gran astrónomo, constructor de un curioso observatorio. Ninguna de las tres funciona todavía como escuela coránica pero sus patios interiores estan siendo reconstruidos y las pequeñas habitaciones de la planta estan ocupadas por tiendecitas de recuerdos: alfombras, tapices, bordados, instrumentos musicales. Una de ellas, la central, alberga un museo donde se aprecian elementos constructivos rescatados en la restauración y una interesante exposición fotográfica de la historia del Registan desde finales del s.XIX.
El fundador de la dinastía timúrida esta enterrado en el Mausoleo de Guri Amir. Su exterior es armónico, con minarete y cúpula de 64 caras, en forma de gajos. Su interior espléndido. Una sala rectangular recubierta totalmente de cerámica vidriada y decorada alberga la tumba de Tamerlan de piedra negra. Dos de sus hijos estan enterrados junto a él, asi como su maestro y algunos niños de su familia.
La mezquita de Bibi Khanoum se llama así por una de las esposas de Tamerlan, quien dirigió las obras mientras su marido estaba en campaña. Quedó tan impresionado por sus dotes que se la dedicó. Su mausoleo está enfrente de la entrada de la mezquita. Tamerlan se inspiró en las construcciones que admiró en sus incursiones militares en la India y nombró para su construcción al arquitecto más joven. Se construyó en el tiempo record de 5 años. Su superficie es de 10.000 m cuadrados. La construcción precipitada y el temerario alarde del arquitecto provocaron el hundimiento de la gran cúpula. La altura prevista inicial debía ser mayor, pero la estructura no lo permitía y hubo que rebajarla hasta los 70 metros. Aun así, impresiona por su grandiosidad. El recinto y su patio interior consiguen una armonía a pesar de tal altura de la mezquita. En el centro del patio hay un monumental facistol, donde dos veces al año se colocaba un inmenso Coran abierto. Los hombres lo circunvalaban y las mujeres pasaban por debajo para pedir un hijo.
No debe abandonarse Samarcanda sin visitar la necrópolis de Shahr-i-Zindah. Cuando penetras en ella descubres que la sensación de muerte está ausente, es tanta la luz, la brillantez de los colores y la belleza de los diseños del mosaico que recubre las tumbas por completo. Estas son mausoleos de miembros de la familia de Tamerlan. Cada uno es distinto y estan dispuestos a ambos lados de una avenida central que se cierra por uno de ellos al fondo. Los colores nos transportan al fondo de un mar tropical: azul ultramar, medio, claro, turquesa, amarillo, rojo, verde y negro. El amarillo y el rojo son de influencia persa. Los colores parecen bailar y mezclarse en el aire límpido. El calor los disuelve y los devuelve. Absorben la luz del sol y la descomponen. Por un estrecho paso de escalones al final del recinto se accede sin solución de continuidad al cementerio moderno. Las lápidas puestas en pie llaman inmediatamente la atención. Muchas de ellas son de mármol negro con retratos hiperrealistas grabados en ellos. Tuvimos ocasión de observar a un artesano realizando una de ellas, a partir de fotos.

Samarkanda está cambiando a gran velocidad en los últimos años. Como en las otras ciudades que visitaremos, Bukhara y Khiva, los monumentos se han rehabilitado como atracción turística pero se ha procurado aislarlos de otras manifestaciones de la vida de la ciudad de la época. En Samarkanda, el barrio antiguo, hoy rodeado por una pulcra valla de obra, está bajo el albur de sus actuales ocupantes. Las casas que se han reconstruido no siguen ningún plan arquitectónico ni estético, sino funcional. Las que aún no lo han sido, van deteriorándose rápidamente. La urbe moderna crece exponencialmente, no pudiendo distinguirse ninguna particularidad que la distinga de cualquier otra ciudad asiática o incluso europea. Samarkanda conservó su sabor "medieval" hasta la entrada de los rusos en el XIX. A partir de ese momento, el estilo propio de la ciudad desapareció. El "desarrollo", primero zarista y luego soviético, hicieron el resto, imponiendo un estilo basado en la funcionalidad del cemento y la ausencia de estética. Hoy la China actual impone su uniformidad por todo el territorio. Timur Lang, el brutal y contradictorio conquistador, le dió todo su esplendor. Tras la caída de su dinastía, nadie más se preocupó por devolvérselo.

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