martes, 7 de septiembre de 2010

Xiahe y el Monasterio de Labrang





Labrang de altas resonancias. Uno de los monasterios cumbre del budismo lamaísta. ¿Realmente seguía existiendo? ¿Seguiría vivo?
Continuamos recorriendo el corredor de Hexi, ahora en el límite entre las provincias de Gansu y Qinghai. Solo dos horas de carretera y el paisaje y el ambiente estaban cambiando radicalmente. Xiahe nos recibió desde sus 3000 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura de unos 15 grados y cielo moteado de blancas nubes. Verdor y mas verdor. Altas cumbres a ambos lados del ancho valle. La ciudad ha querido ocupar una estrecha franja junto al rio y cede su espacio en las afueras al monasterio que la alimenta y a quién sirve. Apenas desembarcado el equipaje en la calle principal, nos dirigimos al complejo del monasterio. Como cualquier monasterio lamaísta, contiene en su gran recinto diversas edificaciones: templo principal, refectorio, almacenes, residencias de los monjes y novicios, imprenta, talleres... Lo circunda un muro con puertas que se abren con frecuencia a sus distintos espacios. Estas son de madera tallada con tejadillos profusamente labrados y generalmente policromados. En el largo muro a lo largo del rio, una galeria contiene innumerables molinos de oración que los fieles hacen girar incansablemente, siempre en la dirección de las agujas del reloj. Las vestiduras de estas gentes son las mismas que se pueden encontrar en Ladak o Tibet. La geografía del budismo tibetano es extensa y las costumbres e indumentaria de sus gentes han sobrevivido al tiempo , las invasiones y revoluciones. Labrang fue fundado en 1709 y es el mayor de los existentes fuera del territorio de la región autónoma del Tibet.
En el primer patio en que nos adentramos los monjes y lamas lo ocupan por completo. Desde los escalones de acceso a uno de los recintos, los lamas observan las evoluciones de los novicios. Estos estan "examinándose". Como vi hacer en Darhamsala, uno de pie lanza una rápida pregunta al otro sentado mientras describiendo un amplio arco con los brazos da una palmada. El otro debe responder de inmediato. Esto se repite en los diversos grupitos. Un lama se pasea entre ellos atendiendo a preguntas y respuestas, suponemos. Entretanto algunos novicios mas jóvenes, quizá de unos 7 u 8 años, saltan y juegan sin prestar ni recibir ninguna atención aparente de los mayores. La ceremonia se prolonga. Junto a nosotros, en un banco otro grupo de lamas con grandes hombreras de varias capas y enormes birretes amarillos atienden sin pestañear. Somos implicitamente tolerados. Nos retiramos de puntillas.
La tarde es jóven y tres de nosotros decidimos remontar el valle que se adentra desde la orilla opuesta. Pasamos el prado inclinado donde en ocasiones especiales se despliega la gran Tangka de tela. Ahora están reparando la superficie. Seguimos adentrandonos en el valle que describe una curva y pronto el monasterio desaparece de la vista. Nos concentramos en los pastos que flanquean el sendero: ovejas y cabras, yaks y de repente marmotas. Juguetonas y curiosas. Desde la madriguera a la que ha corrido a refugiarse, una vuelve a asomar su cabecita y sostiene la mirada. Solo se oye el silencio y el borboteo del arroyo. Mas arriba, en la puerta entreabierta de una humilde choza asoma un niño. Su madre aparece entre el rebaño de yaks y las cabras grises de largo pelo y retorcidos cuernos. Sonrien, saludan. Nos sentimos bien, seguimos ascendiendo. La luz se apaga. Regresamos. En la distancia y en penumbra el monasterio exhala tenues hilos de humo azulado.
Regresamos al día siguiente. Queríamos ver la vida cotidiana en su recinto. Y allí estaba. Ancianos, jóvenes madres, muchachos y niños seguían dando vueltas a las ruedas de oración. En su interior, algunos novicios echaban plantas aromáticas en los hornillos de los patios, unos monjes alimentaban las lamparillas con mantequilla de yak. Ya en la sala central de oración, los monjes ocupaban todos los bancos bajos. El recinto olía fuertemente a mantequilla rancia y la luz solar penetraba tamizada por pequeñas rendijas. Uno iba desgranando una letanía, los demás la coreaban de vez en cuando y alguién la punteaba tañendo una campana. Solo los lamas podían oficiar tal ceremonia, asi que todos ellos lo eran. Uno circulaba lentamente entre las filas. Si alguno se duerme o distrae, es su deber llamarle al orden, imponiéndole un suave castigo, repetir rituales o sostener un libro sobre la cabeza. Una vez mas, se toleraba nuestra presencia en sus actividades.
En la imprenta los monjes trabajaban de dos en dos. Uno huntaba el rodillo en tinta espesa y lo aplicaba sobre una plantilla de madera con las letras talladas con buril. El otro separaba hojas de un montón y en movimientos rítmicos y coordinados las depositaba brevemente mientras su compañero pasaba el rodillo sobre las mismas. Inmediatamente la retiraba y disponía a un lado. En un breve descanso, uno de ellos sacó su móvil y sostuvo una conversación. Luego reanudaron el trabajo. Así transcurren seis horas diarias. Se elaboran copias de libros clásicos para el estudio y recitación.En la sala contigua están dispuestas estanterías con centenares de libros. Asimismo en algunas de las capillas, las paredes estan literalmente forradas de libros envueltos en seda y dispuestos de fondo para ahorrar espacio. Algunos parecen antiquísimos, y a juzgar por el polvo que los recubre, jamás se han movido de su ubicación original.

El monje que nos acompaña y da explicaciones en inglés nos cuenta que en su recinto funciona una Escuela de Medicina y otra de Filosofía Budista. Durante el verano los estudiantes de la primera pasan tres meses en la montaña recogiendo plantas medicinales que luego prepararán en el monasterio. El hospital atiende a todos los que lo deseen. Los estudiantes que no superan los estudios tendran la oportunidad de trabajar para el monasterio o lo abandonarán. Añade que el monasterio se sustenta con los ingresos de la hostería que gestionan los monjes, los beneficios de un par de tiendas en el centro del pueblo y naturalmente las donaciones particulares. Hoy el gobierno chino subvenciona unicamente a la otra rama del budismo , la hinayana. ( La Mahayana, agrupa entre otras a la secta Gelukpa, o de los birretes amarillos, a la que pertenece el monasterio).Los peregrinos que acuden a él reciben alojamiento gratuito y una frugal comida diaria de pan, tsampa y te . Sigue diciendo que durante la Revolución Cultural el monasterio fue cerrado. En los años 80 fue reabierto pero un incendio arrasó la mayor parte de la biblioteca. El monje nos explica que fue debido a un fallo en la instalación eléctrica. Desconozco si la versión oficial coincide con la auténtica. El monje no deja transparentar la mínima emoción personal.

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