jueves, 24 de febrero de 2011

NUEVA ZELANDA - Abel tasman N.P.



















Los montes Takaka dominan el parque nacional Abel Tasman. La única carretera asfaltada que lo atraviesa se encarama y desciende en un sinfín de curvas y desde sus miradores se puede contemplar la costa y el intenso azul del mar tras una costa de múltiples entrantes, donde el mar deja profundas entradas de arena en marea baja, como Sandy Bay. La parte sur de esta costa, puede recorrerse en un pequeño tramo por una carretera, no siempre asfaltada, que sigue el accidentado litoral y desemboca en bellísimas playas como la de Kaiteriteri. Un poco mas al norte, en Marahau, una hilera de casas de madera, residencias de veraneantes, preside la costa. Aquí llegan los taxis acuáticos, lanchas motoras que recogen a los turistas que han visitado las calas. En marea baja, las lanchas no pueden acercarse a la orilla, por lo cual un par de tractores se van turnando. Avanzan hasta el limite de la marea, sitúan el remolque en el agua, y la motora se coloca. A continuación, el tractor la remolca por la arena y los charcos que el mar ha dejado hasta una rampa y de allí hasta el punto de desembarque, mas allá del muelle. En su extremo norte, se puede acceder desde Tataka hasta Totaranui por una carretera totalmente de tierra, remontando la ladera boscosa en infinitas curvas. En Totaranui hay únicamente un camping del Departamento de Conservación, con rudimentarios servicios, aparentemente insuficientes para la capacidad del terreno. Sin embargo, el emplazamiento es único. Situado junto a una playa de arena naranja, donde desemboca un arroyo de agua esmeralda, junto a rocas blancas cubiertas de vegetación de un verde intenso. Las gaviotas añaden un punteado blanco luminoso a los intensos colores del paisaje.

Si la belleza de la costa es deslumbrante, lo que los montes reservan tiene algo de inquietante. Ascendiendo por la carretera desde Motueka se halla un desvío a la derecha con la indicación “Canaan Road”. Nos habían indicado que se podía llegar al “Harwood's hole”, una sima cuyo fondo no se puede apreciar en mitad del bosque. Al final del desvio de tierra, tras 12 kilometros hay que dejar el coche. Una senda se interna en el bosque. Nada mas penetrar, nos detenemos. En el silencio, da la sensación de que alguien o algo está al acecho. No nos extraña que se haya utilizado este escenario natural para filmar una parte del Señor de los Anillos. Apenas se oye algún pájaro. La luz penetra sumamente filtrada por las altas copas de los árboles. Los troncos están recubiertos de musgos y de sus ramas penden líquenes verde-gris. Numerosos árboles han caído y son pasto de todo tipo de parásitos vegetales o animales. Los tocones que aun permanecen, están carcomidos o ennegrecidos. Al poco, aparece un lago de aguas negras y orillas de color óxido, medio cubierto por la fronda. La ondulante senda sigue sorteando troncos y helechos hasta que se hunde en el lecho seco de un torrente. Ahora hay que deslizarse entre los estrechos espacios que dejan enormes rocas de formas caprichosas. De hecho la totalidad de los montes de Tataki están formados por este tipo de rocas, y los que ahora vemos o hemos visto en otras partes, son sólo los que la erosión ha dejado a la vista. Donde la insolación es larga, tienen un color azul-gris claro. En las zonas umbrías, un inquietante color gris muy oscuro, cuando no están forrados de musgo. Da la impresión que este bosque contiene innumerables variedades de este vegetal, y que todas ellas se disputan un espacio en cada rincón disponible. Tras un largo trecho de sortear las rocas, encontramos una senda que se encarama por la ladera donde un indicador señala un mirador y decidimos seguirla. Esta asciende serpenteando para salvar arboles y rocas hasta una zona donde la vegetación desaparece y en su lugar, un gran amontonamiento del mismo tipo de rocas parece surgir y descender desde el cielo hasta nuestra posición . Con esfuerzo y cuidando el equilibrio, nos encaramamos hasta el borde. Una vez allí nada parece sostener este “mirador” natural. La sensación de que vas a venirte abajo con alguna de estas rocas es tan inquietante, como impactante es el paisaje que se ofrece a los pies: un amplio valle boscoso allá abajo y al fondo el mar, muy a lo lejos.



Havelock, 25 de Febrero 2011


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