“Tenemos el segundo parque mas grande del mundo, despues de Central Park”, afirma el locuaz taxista que nos lleva desde el aeropuerto de Christchurch hasta el centro. Su habla es distintiva, a pesar de su aparente esfuerzo por hacerse entender. Al telefono en Melbourne, David habia pedido a su interlocutora neozelandesa que le hablara despacio, pues era australiano. Poco vimos de Chirstchurch en las escasas horas nocturnas que pasamos en el hostal. Uno de los pocos edificios cuyas paredes de ladrillo rojo oscurecido por la humedad de siglos que había resistido integro al reciento terremoto. “Veran numerosos huecos en las calles de los edificios que tuvieron que acabar de derruir. El New Excelsior sigue ahí, no teman que lo han certificado.”
El tren, el Tranzscenic, nos esperaba en la estacion a las 7.30 de la mañana siguiente. Recorre la isla de este a oeste, escalando los alpes centrales, por el Arthur Pass. El primer tramo discurre entre los pastos de Canterbury, rica llanura con numerosas y extensas granjas ganaderas, bovino y ovino. El rio serpentea en anchos meandros. Su cinta plateada se advierte en la distancia. Luego empieza a encamarse y dejar el rio acelerando su curso en un valle mas estrecho. Las estaciones pequeñas, como las poblaciones que crecieron a su alrededor. El descubrimiento de oro en la parte occidental de la isla alrededor de 1850, empezó a atraer numerosos contingentes de inmigrantes, mayoritariamente chinos y el ferrocarril siguió con ellos, construidos sobre sus espaldas. La obra de ingenieria tuvo que salvar gargantas, abrir tuneles y tender estrechos puentes de hierro con parapetos de madera. La vegetación ha recobrado sus fueros y donde el tren transcurre entre cortaduras, los árboles alcanzan la via. Hermosas flores de brillantes colores la flanquean. Algun arroyo discurre entre pequeñas arboledas. En su sombra las lanudas merinas pacen. Poco a poco, las laderas van cubriéndose de alto y denso bosque hasta sus picos. En la distancia, alguno conserva una ligera pincelada de nieve. El dia es cálido y soleado. Nada hace presagiar el clima imperante en el oeste de la isla. Una sucesión de estrechos valles desde los que irrumpe un torrente alterna con el paso por otros mas anchos donde el rio vuelve a abrirse en meandros de varios cauces. Tras el paso de los alpes, descendemos a una ancha llanura con extensas explotaciones ganaderas y algun que otro grupo de coloristas casas de madera. Greymouth, final de trayecto. Hace un par de meses, el hundimiento y explosión en la mina de carbón, dejo un rastro de muerte y dolor entre sus habitantes. Hoy, la población no muestra ningun rastro aparente. Ningun rasgo distintivo la destaca al visitante. Un par de calles con los servicios habituales, parece haber crecido para atender una afluencia turistica que con seguridad no pernoctará, si lo hace, mas de una noche. Tiempo suficiente para aprovisionarse y adentrarse hacia el sur, hacia la zona de los glaciares y mas al sur, los lagos. El Noah's Ark, antigua rectoria, edificio noble de dos plantas, con amplios ventanales y galerias nos acoge. Primorosamente reconvertido en “backpackers”, tiene todo lo que puedas esperar. Incluido un hermoso jardin con hamacas, mesas y bancos de madera con una flamante barbacoa. Cocina amplia y bien provista. Las habitaciones llevan el nombre y los dibujos en paredes de animales: cerdo, elefante, cebra, panda...
A la mañana siguiente recogemos el coche de alquiler, un Accent y emprendemos viaje al sur. El dia es gris y chispea de vez en cuando. La carretera transcurre entre la vegetación solo interrumpida por la cinta de asfalto. Encontramos numerosos espacios dispuestos para acampar, con limitados servicios, agua y “toilets”. Una cajita de madera, espera que deposites la tarifa, unos 5NZ$ (3 €). Uno de ellos se situa junto a un hermoso lago, formado por la lengua de un glaciar en su encuentro con el mar. Este fenómeno es corriente en el oeste de la isla del sur. Luego, la aportacion de arena del mar cubrió las rocas erosionadas y arrastradas por el glaciar y el río hizo el resto. Hoy algunos veleros ligeros surcan sus aguas y un area de picnic y acampada se asienta sobre el verde intenso del prado, junto a la orilla.
Queremos plantar la tienda en Okarito, reducido conjunto de casas junto a la playa, en la proximidad de la gran laguna con salida al mar, donde anidan en esta epoca del año los “heron”, blancas zancudas acuáticas. El tiempo amenaza lluvia. Tiempo de un breve paseo por la playa, hasta el muelle patinado por el viento y la lluvia, resistiendo ya integrado plásticamente en el paisaje. Desde allí parten excursiones en kayak por la laguna y sus “waterways” canalizados por la densa arboleda. Empieza a llover persistentemente.La excursión a pie por la playa y el bosque habrá de esperar al día siguiente. Conseguimos plantar la tienda y preparar una ligera cena que debemos consumir dentro del coche. Al caer la noche, sigue lloviendo y seguirá asi toda la noche y al día siguiente. Seguimos camino hasta Franz Joseph Glacier, población que recibe su nombre del glaciar próximo. En la oficina de información turística descubrimos un monton de cosas de la región, entre ella el ciclo climático semanal: 6 dias de lluvia mas o menos intensa y uno en que puede que no llueva. Es domingo y hasta el jueves no se espera un respiro. Considerando la situación, nos desplazamos 32 kilometros al sur, hasta Fox Glacier. El Ivory Tower Lodge nos ofrece cobijo de la humedad. Bien surtido y comodo, decidimos establecernos a ver que pasa al dia siguiente.
Ha llovido toda la noche pero parece que al mediodia va a parar. Asi que aprovecharemos para acercarnos a pie al Fox Glacier.
Wanaka, 10 de Febrero 2011
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