viernes, 4 de marzo de 2011

NUEVA ZELANDA - Parque Nacional Tongariro














Seguimos hacia el norte por la costa oeste por un litoral de largas playas. Se van sucediendo nucleos de población que parecen dar cierto respiro al amontonamiento de Wellington. Están compuestos de casas aisladas junto a la costa. El tiempo es desapacible y las dos playas a las que nos asomamos son tan grises como el cielo y el mar. Solo las gaviotas se han resistido a irse. En Otaki coincidimos con el homenaje de silencio de 2 minutos a la semana exacta del terremoto de Christchurch.
Nada nos retiene en esta parte de la isla y decidimos tomar la carretera que se dirige hacia el centro. El paisaje cambia y se ondula, los habitantes son escasos y volvemos a ver pastos y algún pequeño grupo de árboles que se han salvado del pastoreo. Decidimos alojarnos en Raetihi, uno de los pequeños núcleos de acceso al Parque Nacional Tongariro. El nombre es el del volcán, con 1967 metros, el de menor altura de los que se enseñorean de la zona, junto al Ngauruhoe de 2291 metros y el Ruapehu de 2797. Este último se nos aparece bajo su gorro de nubes y nos muestra una capa de nieve en su cima. Destaca aislado de los montes cercanos. Las poblaciones que bordean el parque están totalmente volcadas en el turismo de verano y el de nieve. Incluso en invierno se organizan travesías, aparte del esquí. Ahora el cielo es bajo y la lluvia constante. El viento muy fuerte va a zarandear la tienda toda la noche. A la mañana siguiente la lluvia intermitente nos acompaña hasta el mediodia en que el cielo va ennegreciendose y el agua empieza a caer a espuertas conforme nos acercamos a National Park, otra pequeña población próxima al Tongariro. Desde aquí pretendemos emprender lo que llaman el Tongariro Alpine Crossing, una travesía de unos 19 km que pasa por los cráteres de dos de los volcanes y al pie del mayor de ellos. Al caer la noche, el cielo enrojece por poniente . A la mañana siguiente luce el sol y el pronóstico es positivo. No se esperan vientos superiores a 30 km a 1900 metros, el punto mas alto de la travesía.
Asi que, alla vamos. Se deja el coche en un aparcamiento al inicio de la ruta y de allí se va inciando una subida que los primeros 3 kilometros resulta cómoda y muy atractiva. El terreno está sembrado de una vegetación adaptada a la tierra y roca volcánica. Las pequeñas plantas parecen disputarse cualquier milímetro fértil de suelo y el riachuelo que atraviesa el valle en ascenso brinca sobre rocas de distinta composición, colores y formas. El agua es en ocasiones de color naranja.
De repente, el terreno se empina pero se ha facilitado la ruta con escalones formados por listones de madera y asi se salvan unos 2 kilómetros de ascenso. Hasta llegar al pie del Ngauruhoe. Los mas atléticos pueden añadir a la travesía una ascensión y descenso al mismo punto que les llevará tres horas mas. Las laderas de este volcán son de lo que llaman roca piroclástica, sumamente inestable y frágil a la presión. Un letrero informa que en una erupción surgió este tipo de lava, de color negro. En otra , otro tipo de lava de color rojo. El volcán sigue activo y la recomendación en este caso es peregrina: “correr ladera abajo lo mas rapidamente posible”, tras haber informado que la lava puede llegar a alcanzar los 100 km hora.
Nosotras decidimos seguir por la base del gigante dormido y encaminarnos al cráter rojo. Aquí el ascenso es mas que penoso. Debo descansar cada 50 metros para tomar aliento. El viento empieza a azotar y desafiar el equilibrio. Pero vamos a llegar al punto mas alto. Al borde del cráter nos recibe una gaviota. Se eleva desde el suelo jugando con la fuerte corriente de aire, planea sobre los que allí resollamos y vuelve a descender. Parecer chulear de su energía y control de la situación. Merecía la pena. Absolutamente. La contemplación del cráter rojo te hace dudar de tu vista. ¿Es posible tal explosión y contraste de color? ¡Tanta belleza plástica!
Pero aun cabe hacer un esfuerzo mas y encaramarse por uno de los bordes del cráter. Tres lagos de distintos tonos de verde como ojos de gato y uno mayor azul nos contemplan desde otros dos cráteres inferiores. Y al fondo, en la distancia el lago Rotoaira, de un azul desvaido .
La contemplación del tal belleza parece haber renovado la energía empleada en el ascenso. Ya en el descenso, nos reencontramos a los pies del gigante para tomar un bocado antes de reemprender el camino de regreso.
Me siento afortunada y satisfecha por haber podido disfrutar de esta travesía en un día radiante, cosa poco habitual en este clima.

Rotorua, 4 de marzo 2011

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