viernes, 24 de febrero de 2012

COLOMBIA- Salento y Valle del Cocora


Estamos en Salento, en la principal zona cafetera de Colombia, hoy convertida en reclamo turístico de primera línea. Abarca las tres poblaciones de Armenia, Manizales y Pereira, al sur de Medellin y a oeste de Bogotá, de la que dista unas ocho horas en autobús.
Es una zona frondosa, de clima tropical templado, con amplios y hermosos valles cultivados.
Salento está cerca de Armenia y sus vivienda paisa tradicionales se han rehabilitado y pintado sus fachadas de brillantes colores. Toda su población parece volcada en el turismo, ofreciendo numerosos productos de artesanía.
 Al final de la Calle Real y hasta el Alto de la Cruz, remedo del Calvario, se asciende por empinados escalones y desde allí se contempla el hermoso Valle del Cocora adentrándose de oeste a este. En la distancia se aprecian algunas fincas y pastos con vacas, el rio serpenteando como un hilo de plata y la bruma en la lejanía. Los picos son arbolados.
Una mujer esta sentada. Ha traído a su golden de paseo y nos saluda. Vive en una casa de verdes puertas y ventanas, frente a los Bomberos, al pie del Alto. Nos cuenta que su hijo y nuera viven en Palamos; su hijo conduce un autocar de Sarfa, en la ruta Palamós-Barcelona y su nuera trabaja en un geriátrico. Al saber que mis compañeros de viaje viven a caballo de ambas poblaciones se le saltan las lágrimas. Le ofrecen su tarjeta para que su hijo los llame si lo desea y puedan encontrarse para charlar un rato. Lo agradece infinitamente y desea que Dios nos acompañe. Dice no molestarle el turismo, al contrario.
Vista de Salento desde el Alto de la Cruz
Valle del Cocora desde el Mirador
Volvemos a descender por una senda que nos lleva hasta un mirador. El fondo del valle cobra mayor detalle, el sol desciende y la luz dora el intenso verde. Proseguimos hasta el Chalet Mundo Nuevo, ubicado en un promontorio como proa de barco sobre el valle. Tras la reja Adolfo, un hermoso joven de negra piel y blanca sonrisa, nos abre y nos invita a pasar. Nos acompaña hasta el extremo del espolón y nos ofrece colchonetas para sentarnos a contemplar la vista. Al poco reaparece con café recién hecho. No esperábamos tal acogida y me conmueve. Degustamos la bebida mientras el sol cae rápidamente dejando el valle en sombras. Mañana vamos a recorrerlo.


En la Posada del Angel nos espera una terracita con buenas vistas para cenar piña, lulos y bananos.

Desde Salento salen los Willis, pequeños jeeps añejos de brillantes colores. Uno de ellos nos llevará en media hora hasta el inicio del camino que se adentra en el Valle del Cocora. En cuanto descendemos del vehículo nos ofrecen caballos para hacer el recorrido. Optamos por hacerlo a pie y asi tambien controlar el tiempo que invertimos. Hay dos alternativas: o bien descender a la derecha para llegar al fondo del valle y despues remontarlo para regresar por una parte mas llana hasta los dominios de la palma de cera, endémica de Colombia. Ya la atisbamos en la carretera de Popayan a San Agustín, al atravesar el Parque del Puracé, pero allí tenía que perforar la densa vegetación y asomar su esbelto tronco y su plumero. Aquí, están diseminadas sobre el verde pasto y se enfilan por las laderas de las montañas. Optamos por iniciar el camino de la izquierda que nos mantendrá mas o menos en terreno llano y regresar por el mismo sitio. El recorrido total iniciando por el camino de la derecha dicen que lleva unas cinco horas, pero no disponemos de tanto tiempo.
Al cabo de un trecho el camino desciende hasta el rio, que hay que atravesar por un puente colgante de planchas de madera. Luego remonta y sigue por una estrecha senda hasta que debe cruzarse de nuevo el río. Antes de hacerlo un camino a la izquierda accede hasta la verja de una finca con un enorme letrero que advierte: “Peligro. Toros Bravos”. El rio se demuestra incapaz de ser vadeado sin caballos, así que decidimos regresar desde este punto.
 Al otro lado del valle se aprecian un par de fincas ganaderas, cuyas casas se asientan en un prado inclinado. Los pastos se situan a distintas alturas en medio de los bosques. Las palmas coronan las lomas, se destacan sobre el cielo nublado o puntuan los pastos, donde pacen vacas.

En un punto del camino un caballo parece avanzar solo. Lleva al lomo grandes lecheras. Se detiene ante la verja de una finca. Una pareja llega al poco. El se dirije hacia la verja. “¿Va a ordeñar las vacas?”. “No, ya lo hice a la mañana, ahora regreso de llevar la leche”. El caballo y el se adentran en la finca. Su mujer, Socorro, se acerca y empezamos a conversar. Viven un poco mas arriba y nos ofrece leche. “Fuimos desplazados hace ocho años. Llegó la guerrilla y querían comprar un gallo. Ofrecí regalárselo, tenía miedo por mis hijos. Nos ordenaron empacar cuatro cosas y marcharnos. Mi hija menor tenía meses, la mayor quince. Temí que quisieran llevarse a mi hijo mayor y a mi hija, pero sabía que implorar era inútil. Cogimos a los hijos y salimos de allí de inmediato”. “¿Donde fue eso?”. “Aquí, en el Quindío. Cuando llegamos a Salento, la gente nos dió lo que podía, ropa, alimentos, nos ayudó mucho. Hace cuatro años que guardamos la finca y vivimos tranquilos. Aquí hay mucho ejército de forma preventiva.” Pero la voz aun le tiembla un poco y los ojos se le llenan de lágrimas. Nos quedamos sin palabras. Solo se me ocurre decirle: “Pero eso ya pasó, ahora todos están bien”. Sonrie.
“Allá arriba,¿ los ven?, hay toros bravos. Los crían aquí y los mandan a las ciudades para las corridas. No debe entrarse en las fincas. El año pasado unos extranjeros entraron y fueron heridos gravemente. Hubo que trasladarnos a Armenia. Luego pidieron un millón de pesos de indemnización.”
“Si regresan alguna vez no dejen de visitarnos, mi casa es humilde pero les ofreceré con mucho gusto un sancocho”. Nos da una tarjeta. Su cuñado ofrece caballos. No será por falta de ganas que no regrese a este país de gente entrañable y afectuosa. 



De regreso en Salento, comemos y observamos algunos soldados que conversan con la gente. Un par de ellos llevan un Stratfordshire con su chaleco militar. Nos dicen que esta adiestrado para detectar explosivos.





Tomamos un camino que, dejando el cementerio a la derecha, conduce al cabo de una hora a la finca de Don Elias. Está mal pavimentado pero el paisaje sigue siendo muy hermoso. A lado y lado, de vez en cuando se aprecia alguna vivienda y campos. Pasada una media hora empezamos a ver campos de café. Nos han recomendado visitar la de Don Elías porque al parecer la enseñan con interés y detenimiento por 5000 pesos. Y así resulta. El nieto de Don Elías aparece de inmediato con una bolsita al cuello. Descendemos por al cafetal y nos muestra tres plantas representativas de las tres especies: arábiga, y dos tipos de Colombia. Nos explica las diferencias. “La calidad es similar, pero en el caso de las colombianas, dan producción todo el año. La mata produce durante unos siete años, al cabo de los cuales, se la puede cortar a 30 cm del suelo y vuelve a producir la planta al cabo de un año. Esta operación se puede practicar hasta tres veces. Luego hay que reponerla, mediante una mata nueva, que procede del plantel de cuatro meses a partir del grano sembrado en arena. En el caso del Arábiga, una planta produce una vez al año, aunque puede hacerlo durante veinte o veinticinco años. Esta especie ya no se cultiva; nos concentramos en las dos variedades colombianas”. Nos muestra a continuación como el terreno se aprovecha para cultivar a la vez banana, que a la vez da sombra a la mata y alimenta a la familia. Mientras las matas son jóvenes, aun no requieren sombra, pero se alterna la plantación con frijol y otros cultivos. No se utilizan abonos ni pesticidas. Trinchan la hoja del banano y la del cafeto caída, se mezcla con ceniza de la leña, se la añade agua y se riega el suelo, como fertilizante. Ha ido recogiendo granos rojos o amarillos, según la especie, los pelará con los dedos y mostrará el fruto recubierto de una fina película untuosa. “Esto debe limpiarse, luego lavarse y finalmente secarse al sol durante varias semanas”. Con un rastrillo le da vuelta a la capa de grano secado bajo una cubierta de plástico transparente. No aparta al perrito que ha venido a echarse sobre el grano. “Una vez seco, se tuesta removiendo continuamente con una cuchara en una cazuela, sin añadir nada, durante una hora.” La finca la maneja con su padre y algún ayudante temporal cuando se trata de sacar las malas hierbas. En época de recolección contratan a una cuadrilla. Es la única finca cafetera orgánica, cuyo producto venden exclusivamente a los turistas.
Después de ofrecernos un café delicioso, recién preparado, se despide para atender a otra visitante.

Plaza central de Salento. Iglesia y Estatua de Simon Bolívar


Regresamos en un Willy a Salento por el mismo camino. Mañana toca regresar a Armenia para enlazar con el autobús a Bogotá.

24 de febrero 2012

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