Puerto Eten tiene un largo muelle elevado sobre pilotes de madera que se adentra unos buenos doscientos metros sobre el mar, sobre el que se pesca a través de trampillas practicadas en las planchas de madera y al que se acercan los barcos de pesca para descargar las capturas y proceder al pesaje y subasta. Entre ellas una especie de tiburon del que se elabora un rico ceviche. La playa se extiende hacia el norte donde la bruma la confunde con el mar y el cielo.
De Puerto Eten, en otro colectivo llegamos a Santa Rosa. Aqui la playa estaba ocupada por barcos de ala borda y complejos aparejos de pesca. Algunos estaban varados, en reparación o descanso. Nos contaron que solían salir de mañana temprano y regresar con la puesta. Sorprende el esfuerzo diario que deben realizar estos hombres para sacar la embarcación al mar, aun con la ayuda de la marea y remontarla de nuevo, valiéndose de tractores y brazos. Pero el pescador no se queja, la pesca es abundante y aunque el trabajo es duro," no lo es tanto como en San Carlos de la Rápita, donde pase unos años y aun conservo amigos que me reclaman", nos contaba un taxista. "Pero ahora me compré este taxi y cuando viene la temporada de pesca, salgo unas semanas y me gano bien la vida".
Mas al norte, está Pimentel. Es domingo y la playa está concurrida. Numerosas familias han llegado y se han asentado a pasar el día. Comparten espacio con los pescadores que aquí han sacado la pesca en embarcaciones mínimas, movidas con un remo de pala, construidas en fibras de una especie de junco, de dimensiones unipersonales. Allí mismo la venden sobre la embarcación, regándola constantemente hasta sacar relumbres de azul, verde y rojo de las capturas. El regateo se impone, el escaso producto se vende rápidamente y las embarcaciones se recogen al fondo de la playa donde se depositan en vertical. Un poco mas allá un barco de alta borda está aparentemente varado. Solo un ancla depositada en la playa lo retiene. Se escora y convierte en zona de juegos de los niños que se revuelcan en los charcos de la arena. Pero al poco, aparece un tractor y a partir de ese momento se establecerá una lucha titánica para remontarlo a la playa. El tractor empuja, los hombres colocan maderos debajo de la quilla, haciéndonos temer que el barco los arrolle. Costará mucho esfuerzo y maniobras, pero finalmente lo sacarán, para posiblemente realizar la maniobra contraria al día siguiente.
Regresamos a Chiclayo a tiempo para cenar algo ligero y tomar el autobus nocturno a Chachapoyas, en la Ceja de la Selva peruana.
20 enero 2012
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