Mezquita Badshahi |
Mezquita Badshahi |
Mausoleo y estanque |
En el tràfico |
Madrugada del 29 de Junio. Una atmósfera densa y caliente penetra
el aeropuerto de Lahore, donde una multitud se apiña a lado y lado
del pasillo de salida. Grandes ojos negros nos observan. Parecen
preguntarse qué se nos ha perdido aquí. La carretera a la ciudad
está prácticamente desierta y las lejanas luces apenas penetran la
espesa capa de contaminación y humedad de color pardo. El taxista
parece conocer el destino pero habrá de preguntar varias veces a
algún que otro conductor de rickshaw que tampoco sabe localizar
nuestro hospedaje. Acabamos por encontrarlo. Nos encaramamos por una
escalera cada vez mas empinada hasta la azotea. Allí se disponen las
cuatro habitaciones que parecen reverberar con el calor que las
paredes han acumulado durante el día. Son las 4 de la madrugada. Dos
personas duermen en la terraza sobre somieres de cuerda. Por fortuna
nuestra habitación tiene aire acondicionado - “tienen suerte, solo
hace dos semanas que está instalado”, nos dice Hajjad. Sin
embargo, la regrigeración va a depender de los cortes de corriente
que son aleatorios y frecuentes. Pero bueno, tenemos cama,
necesitamos dormir algunas horas y ya estamos en Lahore, nuestra
puerta a Pakistán.
Mezquita Badshahi |
Mausoleo y estanque |
El sol abrasa y el aire no se mueve. En medio de un tráfico donde impera la anarquía y la suerte del más hábil, llegamos a la mezquita Badshahi, gran joya del arte mogol del XVII.
Se opone a su puerta central, la entrada al fuerte Shahi Qila
y en medio un mausoleo y un estanque. Contemplamos el hermoso
conjunto saboreando los detalles y la gente que hoy viernes ha
acudido en familia. Una vez franqueada la puerta de la mezquita se
accede de inmediato al inmenso patio. La piedra del suelo está al
rojo vivo y algunos hombres riegan las alfombras que la cruzan, pues
hay que transitar descalzos. Cuatro altos y compactos minaretes de
piedra roja flanquean las cuatro esquinas y el recinto de oración
está coronado por tres cúpulas blancas de estilo mogol. Si se
considera que solo el patio puede albergar hasta 100.000 personas, la
armonía del monumental conjunto resalta aun mas.
Se está celebrando una ceremonia especial: una mujer joven está sometiéndose al islam. Casi oculta por el Iman oficiante, unos pocos gestos y palabras bastan. Luego se separa del grupo masculino, y desaparece por el pasillo lateral. Nadie nos ha impedido la entrada, ni que nos aproximáramos al grupo de orantes, ni que hiciéramos fotos, ni conversáramos con algunos de ellos. Tampoco que hayamos seguido a un grupo de mujeres hasta alcanzar un reducido espacio cubierto en un rincón del enorme patio, donde mujeres y niños se han sentado en el suelo. Conversan o atienden a sus hijos.
Rehacemos nuestros pasos y nos dirigimos al Shahi Qila. Tras una larga historia de daños, demoliciones, reconstrucciones y restauraciones, fue el gran emperador Mogol, Akbar quien le dio su forma actual a mediados del XVI. Impresiona su robustez, la elegancia de su puerta principal , Alamgiri, construida un siglo mas tarde por Aurangzeb. La hizo construir de manera que varios elefantes podían penetrar a la vez a la residencia privada del emperador llevando a sus visitantes. En su interior hay diversos edificios con distintos usos espaciados por jardines, hoy ocupados por numerosos visitantes en familia. El ambiente es agradablemente decadente y aun se perciben hermosos detalles de la decoración en madera o de los estucos, del trabajo de la piedra. Las aves han convertido los espaciosos jardines en su residencia. En algún rincón junto a la muralla es posible sentarse a la sombra y disfrutar de un refresco. En tal ocasión un alegre grupo de estudiantes universitarios se ha aproximado a nuestra mesa y hemos estado conversando e intercambiando experiencias de viaje. Ellos residen en Karachi, se han tomado unas vacaciones y se dirigen hacia las montañas al norte de Islamabad, huyendo del terrible calor del sur. Nuestra ruta puede coincidir dentro de un par de días. Algunas familias se han acercado para pedirnos fotos con ellos, son personas muy alegres, comunicativas. Parecen contentas de vernos aunque podamos intercambiar pocas palabras.
Se está celebrando una ceremonia especial: una mujer joven está sometiéndose al islam. Casi oculta por el Iman oficiante, unos pocos gestos y palabras bastan. Luego se separa del grupo masculino, y desaparece por el pasillo lateral. Nadie nos ha impedido la entrada, ni que nos aproximáramos al grupo de orantes, ni que hiciéramos fotos, ni conversáramos con algunos de ellos. Tampoco que hayamos seguido a un grupo de mujeres hasta alcanzar un reducido espacio cubierto en un rincón del enorme patio, donde mujeres y niños se han sentado en el suelo. Conversan o atienden a sus hijos.
Shahi Qila |
Shahi Qila |
Rehacemos nuestros pasos y nos dirigimos al Shahi Qila. Tras una larga historia de daños, demoliciones, reconstrucciones y restauraciones, fue el gran emperador Mogol, Akbar quien le dio su forma actual a mediados del XVI. Impresiona su robustez, la elegancia de su puerta principal , Alamgiri, construida un siglo mas tarde por Aurangzeb. La hizo construir de manera que varios elefantes podían penetrar a la vez a la residencia privada del emperador llevando a sus visitantes. En su interior hay diversos edificios con distintos usos espaciados por jardines, hoy ocupados por numerosos visitantes en familia. El ambiente es agradablemente decadente y aun se perciben hermosos detalles de la decoración en madera o de los estucos, del trabajo de la piedra. Las aves han convertido los espaciosos jardines en su residencia. En algún rincón junto a la muralla es posible sentarse a la sombra y disfrutar de un refresco. En tal ocasión un alegre grupo de estudiantes universitarios se ha aproximado a nuestra mesa y hemos estado conversando e intercambiando experiencias de viaje. Ellos residen en Karachi, se han tomado unas vacaciones y se dirigen hacia las montañas al norte de Islamabad, huyendo del terrible calor del sur. Nuestra ruta puede coincidir dentro de un par de días. Algunas familias se han acercado para pedirnos fotos con ellos, son personas muy alegres, comunicativas. Parecen contentas de vernos aunque podamos intercambiar pocas palabras.
Me alejo del fuerte recordando que fue sobre el cañón Zam-Zam donde
Kim inaugura la novela homónima de Kipling. En aquel tiempo Pakistan
no existía ni la India era independiente. Pero Kim, un chico de la
calle se vió envuelto en lo que se llamó “El Gran Juego” que
culminaría a mediados del XX con la constitución de dos estados
independientes, bajo el fuego y lun baño de sangre.
Nos dirigimos a la Puerta de Delhi, una de las entradas a la
ciudad vieja. Tras ella se abre el esperado laberinto de callejas
y locales comerciales. Sorteando puestos y motocicletas atisbamos la
mezquita de Wazir Khan. Descubrimos con dificultad que el acceso
se halla por un estrecho callejón que han dejado filas de tiendas.
Una pequeña plaza donde los chavales juegan al cricket da acceso a
su entrada principal.
Está prácticamente desierta ; solo algunos niños o jóvenes están sentados junto al estanque del patio central. Las paredes del patio profusamente decoradas adquieren un bello tono dorado a estas horas de la tarde. Al fondo se abren tres grandes arcos también decorados y un único espacio sin barreras donde los fieles atenderán al imán. Se respira un ambiente raramente distendido a tan poca distancia del bazar.
Dos niñas debidamente veladas con su libro coránico en la mano nos inducen a bajar unas escaleras abiertas en el patio hasta una cripta donde al parecer un viejo hombre sabio reposa en un decorado sepulcro. Una mujer ora en solitario y un penetrante olor a perfume invade el pequeño espacio.
El conjunto es de una gran belleza pero parece que poco se está invirtiendo en su mantenimiento.
Regresamos al bazar y nos dejamos llevar sin rumbo hasta que el sol se halla próximo a su ocaso.
Wazir Khan. Patio |
Está prácticamente desierta ; solo algunos niños o jóvenes están sentados junto al estanque del patio central. Las paredes del patio profusamente decoradas adquieren un bello tono dorado a estas horas de la tarde. Al fondo se abren tres grandes arcos también decorados y un único espacio sin barreras donde los fieles atenderán al imán. Se respira un ambiente raramente distendido a tan poca distancia del bazar.
Mausoleo subterraneo.Wazir Khan |
Dos niñas debidamente veladas con su libro coránico en la mano nos inducen a bajar unas escaleras abiertas en el patio hasta una cripta donde al parecer un viejo hombre sabio reposa en un decorado sepulcro. Una mujer ora en solitario y un penetrante olor a perfume invade el pequeño espacio.
El conjunto es de una gran belleza pero parece que poco se está invirtiendo en su mantenimiento.
Regresamos al bazar y nos dejamos llevar sin rumbo hasta que el sol se halla próximo a su ocaso.
Sólo vamos a estar dos días en Lahore y la visita a su Museo
es imprescindible. Se halla en plena restauración de repintado.
Lamentablemente en las vetustas vitrinas no se han protegido
debidamente los objetos que yacen amontonados, polvorientos y
salpicados por yeso o pintura.
Aun así es grande la colección y la variedad de culturas representadas: desde la prehistoria, la civilización del Indo, arte Hindú y Mogol, Budista local, indio y del Tibet, Jainismo, armas, numismática, textos antiguos e incluso pintura contemporánea. Hay buenas representaciones escultóricas del arte de Taxila, incluyendo el Buda en Ayuno, impactante representación en bronce de un figura cadavérica en posición sentada: cuencas y mejillas hundidas, costillar descarnado y miembros escuálidos.
Aun así es grande la colección y la variedad de culturas representadas: desde la prehistoria, la civilización del Indo, arte Hindú y Mogol, Budista local, indio y del Tibet, Jainismo, armas, numismática, textos antiguos e incluso pintura contemporánea. Hay buenas representaciones escultóricas del arte de Taxila, incluyendo el Buda en Ayuno, impactante representación en bronce de un figura cadavérica en posición sentada: cuencas y mejillas hundidas, costillar descarnado y miembros escuálidos.
El intenso calor el mediodia nos azota de nuevo al salir a la calle. En estos dos días solo apetece beber, hemos perdido el apetito. El trayecto de apenas un kilómetro hasta la hospedería se hace penoso.
Allí nos espera un taxi para ir hasta el pueblecito donde vive la família de Hajjad: Tridewaldi, donde se celebra un festival. Por el camino nos detenemos para ver la granja del tio de Hajjad. Se trata de una pequeña propiedad donde se explota ganado vacuno para la obtención de leche.
El sol es intenso, la tarea de la mañana se ha terminado y tres hombres están sentados en unos somieres, de madera y trenzado de cuerda, llamados sharpai en urdu. Nos saludamos mientras se disponen a fumar la chicha. Son los ordeñadores. Su trabajo consiste en ordeñar dos veces al dia, amanecer y atardecer. Ganan poco dinero, pero la pequeña explotación tampoco parece que pueda proporcionar muchos ingresos. Alrededor hay otras fincas de similar tamaño, y abundancia de campos cultivados con cereales, hortalizas y forraje. El terreno es fértil pero la excesiva parcelación y la preferencia dada en la asignación del agua favorece a las grandes explotaciones con recursos mecánicos. Al cabo de dos días sabremos que el 70 % del territorio de Pakistán está dedicado a la agricultura y tendremos ocasión de ver efectivamente grandes espacios dedicados a esta actividad, por ejemplo entre Lahore y Islamabad.
Seguimos camino y vemos un grupo de personas sentadas bajo un árbol; hombres y algún niño. Un zapatero de mirada vivaz tras unas gafas estilo Gandhi está confeccionando unas preciosas zapatillas de cuero bordadas con hilo de oro. El resto lo contempla.
Nos cuenta que tiene dos hijos y que posiblemente seguirán su oficio. Al cabo de unos días, en el bazar de Pindi veremos el mismo tipo en diversos colores, formas y tamaños pero de producción industrial.
Llegamos a Tridewaldi. En el pueblo resuenan los grandes tambores insistentemente mientras un danzante gira con uno de ellos colgado al cuello. Luego se cuelga otro y sigue girando. La música invita al movimiento.
El corro es compacto y apenas percibimos que nos hallamos sobre la tumba de un santo sufí. Nos colocan un collar de jazmin al cuello y un viejo agita enérgicamente un abanico de tela para refrescarnos. Hajjad va repartiendo billetes.
Pasamos por la noria, gran atracción para los niños y de repente nosotros somos la atracción: jovenes, adultos y mayores quieren que les tomemos una foto pero Sajjad nos arrastra: su familia nos espera. Nos acomodan en el huerto, sobre un sharpai y nos ofrecen un refresco. Van desfilando los miembros de la familia: hermanas, un hermano, sus hijos y su joven esposa con el bebe de cuatro meses.
A continuación nos introducirá en su casa.
Alrededor de un pequeño patio abierto se disponen algunas habitaciones de frágil construcción. Una de ellas es la suya. Alli reside con su esposa y su hijo y alli nos ofreceran dos sabrosos guisos de arroz: con verduras y dulce. Llega su hermana con sus dos hijas pequeñas y me entrega al pequeño hijo de Sajjad, enseñándome como debo tomarle la cabeza con la palma abierta de la mano. Entretando, en el patio, los niños se han bañado bajo un grifo y se están poniendo ropa de fiesta.
Es hora de volver a salir: iremos a conocer a su otro hermano, que trabaja en la barbería, y luego asistiremos a una competición de Wrestling. Para ello, habrá que atravesar campos hasta una esplanada donde centenares de hombres rodean un óvalo.
En su centro se alinean dos dobles filas de luchadores, vestidos con un pantalón corto. En los extremos del óvalo algunas parejas se entrenan. Pronto empieza la competición. De repente Sajjad nos hace seguirle hasta situarnos en un sharpai justo detrás de una de las filas de participantes. Solo hay dos mujeres en el recinto y somos nosotras. De cada grupo surge un competidor y se aprestan en uno de los extremos. Con brazos y piernas separados se desplazan a uno y otro lado encarándose. Deberán provocarse dándose golpetazos con la palma abierta en el cuerpo y en la cara y cada uno tratará de dirigirse hacia el centro sin que el otro se lo impida. Se trata de fintar y evitar que el otro te tire al suelo. Así ucesivamente irán participando todos por parejas. Cada ganador será coronado por una lluvia de billetes. ¿Pero quien patrocina todo esto? Un particular. ¿Y el dinero de donde sale? Lo pone él de su bolsillo. Nos lo acaban de presentar: un orondo y satisfecho caballero de unos 45 años que orgulloso nos cuenta que su hijo está estudiando leyes en Oxford.
Regresamos entre los campos cuando el sol se está poniendo. Ante la
barbería Sajjad llama a los tamborileros y estos atacan
hipnóticamente sus instrumentos. Un jovencito se mueve con la gracia
de una bailarina india y los gestos y energía de un hombre. Tendrá
apenas 14 años y nos deja con los ojos prendidos de su cuerpo. Todo
ello en un espacio polvoriento, escaso y apiñado, pero nadie choca
entre si, todo el mundo participa.
Aun intentamos digerir cuanto hemos vivido esta tarde cuando nos
hallamos inmovilizados en el tráfico de Lahore. Sajjad salta del
coche y empieza a dirigir a los rickshaws que impiden el paso.
Enseguida nos libramos y llegamos a la ciudad vieja. Vamos a conocer
el red light district, o sea el barrio de prostitución. No
acabo de creerlo. Efectivamente, a paso ligero doblamos varias calles
en zigzag y vamos descubriendo portales, atisbamos apenas su
interior. En mitad de la calle algun travesti se pavonea e insinua
ante nosotros. Hajjad los saluda y nos habla de ellos. No admiten
extranjeros en las viviendas; apenas ven alguno, suena una campana y
automáticamente las puertas se cierran. ¿Está autorizada la
prostitución? No. ¿Detienen a las prostitutas? Tampoco.
El acelerado paseo acaba frente al muro exterior de la gran mezquita
de Lahore. Terrazas muy bien dispuestas con mesas esperan a los que
quieran cenar alli, pero nosotros entraremos en una hermosa mansión
de madera, hoy convertida en un restaurante: Cooco's Den.
En la planta baja, el taller de un famoso pintor. De las paredes
cuelgan algunos de sus cuadros, de una gran expresividad. Su tema es
casi exclusivamente el de las mujeres del Red Light district. Al
parecer en la familia del pintor hubo o hay algunas de estas damas.
Su obra está muy cotizada y un porcentaje de sus ventas está
destinada a ellas. Dos pisos mas arriba de una empinada escalera
aparece la terraza-restaurant. Las vistas son espectaculares: La gran
mezquita enfrente, el fuerte a la derecha, los jardines en medio, y
todo el conjunto iluminado. Nos sentamos a cenar un delicioso plato
de cordero en tan especial escenario. Lahore es ahora mismo una
estampa de las Mil y Una Noches.
“Ahora ya conoceis un 60% de mi ciudad”, nos dirá Sajjad.
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